El espionaje es una parte inevitable del ejercicio del poder. Es una actividad antiquísima, pero en los tiempos actuales sus alcances se han magnificado por los recursos tecnológicos; además, se ha personalizado, las entidades que espían pueden conocer a detalle los gustos, inclinaciones y vicios de cualquier persona.
Según información reciente, he sido espiado desde el lejano año de 1966 hasta la fecha. No sé qué hayan querido los espías saber de mí, pero puedo adelantar que soy completamente inofensivo y que todas mis actividades, incluyendo las políticas, han sido de una inocencia conmovedora. Creo que empezaron a espiarme cuando formé parte del movimiento de don Carlos Madrazo (1967). Lo que pudieron saber, quienes me observaban, es que ayudé a organizar algunas asambleas, incluyendo una que hicimos en un convento de monjas. Todas esas actividades fueron impecablemente lícitas, apegadas a la Constitución, incapaces de alguna forma de subversión.
Ahora resulta que en tiempos recientes también fui espiado porque trabajé en el grupo cercano a López Obrador. Todos sabemos que este personaje repudió los medios violentos y que su movimiento ni siquiera fue capaz de romper una ventana o herir a alguien.
Los que me espían han empleado inútilmente su tiempo. Según he sabido, la información que han obtenido es absolutamente aburrida y gris, reflejada en reportes burocráticos de las actividades de una persona incapaz de matar una mosca. Se ha hecho un gran escándalo por las revelaciones de la información telefónica en un proyecto que se llama Pegasus. Ahí me incluyen, pero no es un gran honor, porque estoy en un grupo de 15 mil personas y eso me impide sentirme orgulloso de ser vigilado. Ojalá se pudieran castigar estos abusos. Va a iniciarse una investigación muy seria, que deseo tenga muy buenos resultados.
La tormenta va a pasar y el espionaje electrónico se quedará entre nosotros. La única esperanza es que exista un contraespionaje capaz de denunciar y perseguir al espionaje profesional. Pero este propósito tardará muchos años en ser alcanzado. Quizá debamos acostumbrarnos a ser espiados y a perder nuestra privacidad. Cuidemos que lo que averigüen nuestros observadores no perjudique nuestras relaciones de pareja, creo que ese es el mayor riesgo.