En unas cuantas líneas, que electrónicamente dirigí y envié a las 6:30 a Cristina Pacheco, tras la entrada “¡Buen amanecer!”, le comentaba que hacía un par de horas había despertado con la imperiosa necesidad de volver a leer y de volver a ver el Jardín de niños que José Emilio Pacheco y Vicente Rojo publicaron conjuntamente en 1978 y que al volver a leerlo y volver a verlo, me había vuelto a maravillar, pues esta vez lo leí y lo vi con los ojos (internos) más despiertos, más atentos, más nostálgicos, más esperanzados que nunca, como el impresionante sello (eterno) de amistad que implica.
Recuerdo que Vicente me contó, en distintas instancias memoriosas suyas, que una mañana de aquellos años había visitado a José Emilio en su estudio y, a medio instalarse, sin duda a hablar sin prisa sobre el estado editorial de algún libro de poemas que José Emilio hubiera entregado a Ediciones Era (que Vicente había fundado en 1960 y en la cual fungió como diseñador de lo que la editorial publicaba), había recibido un fuerte golpe de la memoria al descubrir, sobre alguna pila de libros de José Emilio, acumuladas en libreros, sillas, mesas, incluso sobre el escritorio del propio José Emilio, un pequeño y delgado libro viejo para niños con el título Guillermo, cuya evocación lo remontó a su infancia en Barcelona, durante la guerra civil, a la vista de cadáveres de niños que yacían en las calles; a los refugios a los que las familias debían acudir a la primera señal de alarma ante un bombardeo, al hambre y las dificultades que pasó como hijo de republicano. Recuerdos tremendos que, fuertemente sorprendido, lo llevaron de inmediato a preguntar a José Emilio, algunos años menor que él y de infancia mexicana, cómo era posible que entre sus pilas de libros estuviera Guillermo, precisamente episodios que Vicente leía en su infancia, durante la Guerra, en Barcelona.
“¿Cómo puedes tener este libro, catalán, fuera de circulación hoy hace más de medio siglo?”, preguntó Vicente a José Emilio. “¿Que cómo puedo tenerlo? ¡Pues porque lo leí! De niño, caía en mis manos un episodio tras otro episodio, y los leía, y me encantaban. Así es como lo tengo, Vicente”, con una sonrisa contestó José Emilio, alegre por la curiosa coincidencia.
Y creo recordar que de este preciso azar nació en los dos la idea de hacer un libro-objeto juntos, José Emilio con poemas y Vicente con ilustraciones, sobre las respectivas impresiones que su respectiva experiencia les había depositado a los dos en su respectiva circunstancia.
No tengo, o no encuentro, el ejemplar de Vicente de aquella primera edición de Jardín de niños, que sé que el serigrafista Enrique Cattáneo elaboró en los talleres Multiarte, que formaba parte de la Imprenta Madero, y cuyo tiraje constó de 120 ejemplares numerados y firmados por los autores.
En cambio, tengo presente el momento en el que Alejandro Cruz Atienza, director Editorial y de Arte de El Colegio Nacional, para conmemorar el octogésimo aniversario del nacimiento de José Emilio, así como los primeros ochenta años del exilio republicano español, le propuso a Vicente hacer, en 2019, una versión adaptada, que, cito de la contraportada, “además celebra la amistad de estos dos creadores, miembros de la institución”.
De igual modo, tampoco olvido el momento en el que Vicente recibió la caja que Cristina Pacheco le mandó con cuadernos, notas y poemas de José Emilio niño. ¡Lo que fue otra gran y grata sorpresa para Vicente! Me llamó, “Ven a ver el tesoro que me acaba de hacer llegar Cristina, lo usaré para la redición de Jardín de niños, ahora en El Colegio Nacional.”
Quiero terminar estas páginas con lo que me contestó Cristina al correo que le envié, y que cito casi íntegramente, “Imaginé tu amanecer y tu lectura de Jardín de niños y me sentí feliz por saberte tan bien acompañada. Al imaginarte leyendo pensé en la muy bella amistad entre Vicente y José Emilio, de la que de alguna manera muy directa formamos parte.”