Contra viento y marea se hizo el milagro. El fuego refulgió en el pebetero con toda la fuerza, con el corazón y empeño que pusieron miles de atletas, miles de voluntarios anónimos y cientos de organizadores. La tenista Naomi Osaka, orgullo del deporte japonés, escaló peldaño a peldaño el último tramo con la antorcha en alto; a cada paso dejó atrás vicisitudes, incertidumbre y los temores que han girado en torno a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Un pebetero moderno y espectacular –como salido de un anime– se fragmentó para dar a luz el enorme platón que Osaka encendió en un recinto donde se combinaron tradiciones, tecnología de punta y fuegos artificiales que relampaguearon en medio de la memorable noche. Las tribunas del Estadio Olímpico de Tokio estaban casi vacías; esta vez las ovaciones fueron sólo de los arrobados deportistas que se aplaudían y grababan unos a otros celular en mano.
Apenas unos mil invitados especiales, entre ellos Jill Biden, primera dama de Estados Unidos; el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sin faltar el emperador japonés Naruhito, quien inauguró formalmente los Juegos. Los patrocinadores prefirieron no hacerse visibles, al menos mientras dura la oposición de la gente al certamen.
Sólo la guerra tuvo el poder disuasivo en las citas de la hermandad y el deporte en 1916, 1940 y 1944, ahora la pospuso un año la pandemia del coronavirus que aún azota varias regiones del planeta, por eso, en la ceremonia inaugural que duró cerca de cuatro horas, se agradeció a los trabajadores de la salud que han combatido al flagelo. También se dedicó un respetuoso silencio a las víctimas del Covid 19, y se mencionaron a los atletas israelíes asesinados en los Juegos de Múnich 1972.
Cubrebocas multicolores
Pero ningún desastre empañó el momento. Las sonrisas detrás de la mascarilla, el brillo en los ojos de los atletas que desfilaron fue de alegría triunfal. Hasta este sábado por la mañana caerán las primeras medallas, no obstante, todos se sentían ya ganadores e irradiaban felicidad. Por momentos se olvidaron de los llamados a la sana distancia y de portar cubrebocas, como ocurrió con las delegaciones de Kirguistán, Tayikistán y Pakistán.
El pelotón mexicano, con la golfista Gabriela López –emocionada hasta las lágrimas– y el clavadista Rommel Pacheco a la cabeza, fue de los últimos en hacer su entrada al coso. Todos vestidos con su traje de gala con bordado oaxaqueño en las solapas, ellas con diademas de flores multicolores, y todos alborozados en un intenso agitar de pequeñas banderas tricolores.
La alegre comitiva canadiense aderezó sus sacos con parches del arcoíris, símbolo del movimiento LGBT+. Los grupos más nutridos estuvieron representados por los eternos favoritos: Estados Unidos, China y Francia, aunque aún faltan muchos atletas por llegar a Japón, pues desfilaron unos 5 mil 700, pero en total competirán alrededor de 11 mil.
Hermandad y solidaridad
El sentimiento que flotaba en el espacio, en los discursos y en los rostros era de hermandad, y se acentuó cuando estallaron los acordes de la canción más popular del mundo Imagina, de John Lennon y Yoko Ono, interpretada por cantantes pop de los cinco continentes.
A la exhibición de modernidad, con drones que dibujaron los aros olímpicos en el cielo, para luego transformarlos en el globo terráqueo, se mezcló el milenario teatro kabuki, con su peculiar maquillaje y vestuario. Luego, con arte mimo se hizo la representación vívida e ingeniosa de los símbolos de cada deporte, así como una pieza de jazz en piano, que tuvo como trasfondo la silueta del monte Fuji.