Para muchos cinéfilos seguidores de la obra de la realizadora alemana Angela Schanelec ( Orly, 2010; El sendero de los sueños, 2017), no será ninguna sorpresa toparse de nueva cuenta con el hermetismo narrativo y la elocuencia visual de su trabajo más reciente, Estaba en casa, pero… ( Ich war zuhause, aber…, 2019). La propia cineasta ha respondido a los reclamos de espectadores impacientes en busca de una trama coherente: “No es necesario quebrarse la cabeza e intentar entenderlo todo, basta con observar y disfrutar las imágenes”. Y en ese sentido la gratificación está garantizada, en especial si se aprecia el cine de Robert Bresson (su influencia más directa), con sus planos fijos, sus tomas prolongadas y su gusto por capturar una fisionomía fragmentada, o si se prefiere la quietud contemplativa de Yasujiro Ozu ( He nacido, pero…, 1932), a cuya obra remite de modo declarado el título de esta película. Pero en realidad no se trata aquí de una propuesta formalista vacía de trama. El argumento funciona como un rompecabezas con tres líneas aparentes de organización dramática. En la primera, una madre, Astrid (Maren Eggert), atiende conmovida el regreso a casa de Phillip (Jakob Lassalle), su hijo de trece años, quien eligió ausentarse del hogar luego de la muerte de su padre por razones nunca esclarecidas. Viene luego una subtrama, algo insustancial, en la que aparece Lars (Franz Rogowski), maestro en el colegio del joven, en una complicada relación sentimental con su novia Claudia (Lilith Stangenberg), quien se muestra renuente a asumir una maternidad en la que sólo advierte malos augurios. Finalmente, la cinta se demora en la representación juvenil de una obra de teatro (Hamlet) que bien pudiera ofrecer claves dramáticas para interpretar y reunir en un planteamiento las dos tramas paralelas.
Para conferir mayor densidad y cohesión narrativa a esta trama tan fragmentada y dispersa, la directora ha contado con la estupenda elección de Maren Eggert, su actriz favorita en varias cintas, para interpretar de modo soberbio a una madre que atraviesa por cambios temperamentales muy bruscos que incluyen, en relación con sus hijos, un arranque de neurosis muy digno de una Gena Rowlands en película de John Cassavetes. Hay también un episodio humorístico que imprime un ritmo más ágil a la cinta: Astrid desea comprar una bicicleta y su negociación accidentada con el vendedor, un hombre con impedimento físico para hablar, auxiliado por un dispositivo electrónico en la garganta, multiplica los equívocos y la frustración en ambas partes. Pero estas escenas de acción y ligereza son momentos muy aislados en una propuesta formal eminentemente contemplativa y austera. A poca gente se le habría ocurrido reprocharle a una coreógrafa excepcional como la alemana Pina Bausch la extraña lógica de sus desplazamientos escénicos o la inexpresividad gestual de sus bailarines. Y sin embargo la revelación plástica siempre fue contundente. Algo similar sucede con el cine de Angela Schanelec, una experiencia visual vigorosa que puede y suele prescindir de toda narración convencional o de interpretaciones inevitablemente azarosas.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional: 13:00 y 18:00 horas.