En ocasión de los Juegos Olímpicos a celebrarse en Tokio contra viento y marea, guardo un recuerdo hacia Aurelio Asiain. Él hizo una crítica de mi poesía que me ha servido en mi trabajo escrito. Aurelio, alumno estelar de Paz, le permitió escribir el libro Japón en Octavio Paz. Destaco el pensamiento del poeta relativo al tema: “Familiarizarse con lo extraño, con lo ajeno y, asimismo, mostrar la extrañeza, el misterio, la otredad insalvable de lo más próximo y cercano”.
Como en su nombre, como en su espíritu, como en su carácter, como en la derrota, su arquitectura, pintura, música, gastronomía, todo es de singular relieve en la cultura oriental japonesa.
Ciudad encantada cercada en cinturón azul, ciñe el horizonte al estrechar el mar y ser tránsito permanente. Ser palpitar de ritmos de otros tiempos: Segunda Guerra Mundial, recordar la bomba de Hiroshima y todos los bombardeos.
Japón vivió el siglo de la violencia y la que alcanzaban los graves asuntos de la guerra por el encanto de unos ojos de mujer. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, nos dice que el hombre se siente suspendido entre el cielo y la Tierra, y media entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoraban. La realidad, el mundo que nos rodeaba, existe por sí mismo, tiene vida propia y no ha sido inventado, como Estados Unidos, por el hombre. El mexicano se siente arrancado del seno de esa realidad a un tiempo creador y destructor. Madre y tumba.
En Ladera este hay un poema titulado “Contigo”, que canta a su esposa Marie José (la conocí en Tokio y me pareció unos 30 años menor que Paz). Allí se encuentran estos versos:
“Tus pechos maduran bajo mis ojos. / Mi pensamiento es más ligero que el aire. / Soy real veo mi vida y mi muerte. / El mundo es verdadero. Veo / habito una transparencia.”
Hoy, cuando se inicie la 32 edición de los Juegos Olímpicos, en Tokio, empezaremos a darnos cuenta de que Japón se halla ya en México: estamos invadidos por la tecnología japonesa; coches, todo tipo de aparatos de televisión, computadoras, teléfonos, electrodomésticos, equipos de oficina y una afición desmedida a su comida; en fin, una inmensa variedad de productos; podría seguir, pero mi pensamiento es de lo que ha percibido en última instancia. Japón está ya en México, y hoy, cuando salgan los jugadores a competir, México vibrará; tenemos un aliado que se encarnizó en nosotros, en un verdadero poema de técnica.
Todo pareciera detenerse y quedar dormido silenciosamente bajo el peso de la tradición; el alma japonesa renace con todo esplendor y poesía.
¿Quién descifrará al Japón perdido en el tiempo y en el espacio y sus autores? (Japón en Octavio Paz, edición selección y prólogo de Aurelio Asiain. FCE. Habrá que releerlo una y otra vez durante la Olimpiada.)