Con fines periodísticos, llevaba buen rato tratando de infiltrarme en peleas de box clandestinas, pero no hallaba cómo, hasta hace unas semanas. El conductor de un taxi me comentó que era boxeador retirado pero que, “por gusto y necesidad”, seguía peleando. “¿Estás retirado y sigues peleando?, ¿cómo?”, le pregunté. Él dijo: “digamos que ahora peleo en otros circuitos, sabes, en el under”.
Esas palabras fueron la clave para soltarle: “Mira, ¡qué buena onda!, yo también practico box, pero amateur”. El taxista sonrió con complicidad púgil y nos pusimos a platicar sabroso sobre boxeo.
Lo escuchaba e intuía que estaba con el indicado. Entrados en confianza, le pregunté dónde peleaba y a qué se refería con “pelear por gusto y necesidad en el under”.
Respondió: “Unos compas de las barras del futbol organizan peleas”. (¡Bingo!) “Invítame”, le dije. Días después, el taxista, a quien me referiré como El Toro, me llevó a un local en avenida del Imán, sur de la Ciudad de México, que sirve como arena de peleas clandestinas de box y se apuesta y se bebe en serio.
No cualquiera puede entrar. Sólo se accede por la puerta, que permanece cerrada. Al llegar, El Toro manda un whats y caminamos hacia la entrada. Un tipo nos mira y pasamos rápido. Saluda a El Toro y me ignora. Llegamos a un espacio de unos 150 metros cuadrados, en cuyo centro hay un precario ring a ras del piso.
Aparece un personaje ataviado con ropa deportiva y cubreboca, a quien me referiré como El Puma, de unos 30 años y 1.80 m de alto, dueño del local y principal organizador de las peleas, a las que llama “tiros”. El Toro me presenta: “Es Roberto; dice que quiere pelear”.
El Puma me dice: “¿Por qué quieres pelear, mi Robert?” Mi respuesta: “Tengo necesidad, la pandemia acabó con mi negocio; ahorita cualquier entrada es buena”. El Puma suelta una carcajada: “Así estamos todos, pinche virus de mierda”.
Tras preguntarme sobre mi experiencia en el box, edad, peso y estado de salud, El Puma es muy directo: “Por ser tu primera pelea te voy a dar mil 500, y luego vemos… Aquí seguimos las reglas del boxeo. Se usan guantes y, en tu rango de peso y categoría, que son mayores de 40 (años), pelean cinco rounds de tres minutos cada uno. Yo soy el réferi y hay tres jueces. Está prohibido tomar foto o video. De eso nos encargamos nosotros”.
Me pareció una oferta justa, dadas las circunstancias. Mil 500 por 15 minutos de madrazos no está tan mal, sobre todo en estos tiempos. Además, puedo apostar en mi favor con la ayuda de El Toro y escribir una crónica mamalona como ésta. Cerramos el trato. Al salir, reparé en que sólo tenía cinco días para prepararme y no sabía nada de mi contrincante.
El Puma me citó a las 6 pm del 3 de julio en su local; decía: “Llega 6 pm”. Llegué puntual. El Puma me recibió. No sabía a lo que me enfrentaba, pero esperaba encontrarme con un lugar abarrotado, como película de Jean-Claude Van Damme. Había unas 50 personas, la mayoría hombres jóvenes, y la escena era algo más parecido al Club de la pelea, pero con venta de alcohol y dos escritorios medio iluminados para las apuestas.
Al único que conocía era El Toro, que también iba a pelear esa noche, pero en la coestelar, a las 10 pm. “¿Quieres una chela?”, me dijo con una bien fría en la mano cuando me acerqué a saludarlo. “Después del tiro, mi Toro… Oye, ¿sabes contra quién peleo?” El Toro sonrió: “Vas contra otro debutante, de Ecatepec; tú, tranquilo… ¿quieres apostar?” Le di mi capital: mil 500 pesos. “Voy a ganar por nocaut.”
Mi pelea, a las 7 pm, era la primera de la jornada. Media hora antes, El Puma me llevó a un cuartito donde me cambié de ropa. El Toro me vendó las manos y colocó los guantes. Estaba nervioso y empecé a calentar, a tratar de mentalizarme, mientras El Toro me daba consejos.
A las 6:50 pm entró El Puma, me señaló y dijo: “¿Listo, mi Robert?... ¡vamos!” Lo seguí hasta el ring y ahí me quedé ante la mirada del respetable, mientras El Puma iba por mi contrincante: un flacucho megatatuado, de unos 40, y más alto y de brazos más largos que yo.
Calculo que a esa hora había unas 70 personas máximo, algunas de las cuales aplaudieron cuando El Puma me presentó como Roberto El Metralleta Garza. Intentaba relajarme, pero sólo quería sacar el chamuco y noquear a quien me pusieran enfrente, para luego tomarme una cerveza con El Toro. A mi contrincante, que se le asoma lo vicioso por los ojos, lo presentan como El Ruso, aunque tiene pinta de chilango.
Tres rounds
El Puma nos mira: “¿Listos, cabrones?... ¡A pelear!” Los primeros 30 segundos del round fueron de reconocimiento. Lanzo el jab en tres ocasiones, pero no encuentro la distancia correcta. Los brazos de El Ruso son largos y no lo alcanzo a conectar. Me saca una cabeza. Pega fuerte el flaco. Cierro distancia, lo golpeo duro en el cuerpo y lanzo un upper que le pasa zumbando la quijada. Nos amarramos y El Puma interviene. Así se fueron los primeros tres minutos.
En el segundo round volví a cerrar distancia y lo conecté con un gancho de izquierda tipo J. C. Chávez que le dolió. Sin embargo, El Ruso se repone pronto y empieza a mantenerme a distancia.
No logro conectarlo. El Ruso aprovecha su alcance; no deja de tirar golpes, como si estuviera en anfetas. El Toro me grita: “¡Métete, Robert!” Entro con un volado de derecha a la cabeza y lo mando a las cuerdas, pero El Ruso se escapa.
Entré con todo al intercambio de golpes, pero en el trayecto El Ruso me recibió con un gancho ascendente a la mandíbula que literalmente me apagó la luz. ¡Pum! Caí de jeta, inconsciente, completamente noqueado. Segundos después, regresé del limbo. El Puma me hablaba, pero no entendía lo que decía. Poco a poco regresé hasta que me reincorporé.
El Ruso se acercó a abrazarme y decirme que había sido una buena pelea, que lo había golpeado fuerte en el hígado. El Puma nos llevó al centro del cuadrilátero y levantó el brazo del ganador. Los que apostaron por El Ruso aplaudieron. El Toro era el único que me animaba. “Venga, mi Robert, te invito una cerveza.”
Nos tomamos tres cervezas cada quien. El Toro, que ya andaba medio pedo, también perdió, aunque no tan gacho como yo. Con varias chelas encima aguantó los cinco rounds. El Puma me pagó lo acordado; salí tablas con lo perdido en la apuesta. A los tres días de la madriza ya estaba repuesto, como si nada hubiera pasado y con ganas de ganarme otros mil 500 “por gusto y necesidad”, como diría El Toro.