La Habana. De los siglos pasados, La Habana Vieja heredó un elegante trazado urbano y un sistema de fortalezas único en Latinoamérica que le valió, entre otros, el título de la Llave del Nuevo Mundo.
La red de edificaciones defensivas, reconocida como patrimonio mundial por la Unesco en 1982, resguardó la capital cubana durante el esplendor comercial en la ruta trazada desde Europa.
Este éxito resultó de la función excepcional de su bahía y la parada obligatoria en el recorrido maríti-mo hacia América, como reconoce la Organización de las Ciudades del Patrimonio Mundial.
Entonces, se erigieron algunas de las fortificaciones de piedra más antiguas y de mayores dimensiones existentes en América Latina como La Cabaña, el Castillo Real Fuerza y los castillos del Morro y de La Punta.
En recorrido inverso desde el corazón de La Habana Vieja hacia el mar, la Real Fuerza, uno de los ejemplares más admirados por los vi-sitantes, ostenta en una de sus torres a La Giraldilla, una figura de mujer que observa el horizonte a la espera de su amado, símbolo representativo de la capital cubana.
Terminado en 1577, el edificio sirvió de cuartel y principal defensa por siglos e, incluso, como residencia de los capitanes generales por casi 200 años.
En las cercanías del Malecón, San Salvador de la Punta se erigió con una colocación estratégica para proteger el flanco sur de la entrada de la bahía, protegida en el otro extremo por el Castillo de los Tres Reyes del Morro.
Durante la colonia, una enorme cadena cerraba el paso entre San Salvador y el Morro, majestuoso ejemplo de arquitectura militar renacentista.
Su construcción, iniciada en 1589 y concluida años después, dio vida a una obra maestra de la ingeniería de la época, erigida sobre piedras totalmente expuestas al mar.
Luego de la toma de La Habana por los ingleses (agosto de 1762), se edificó San Carlos de la Cabaña, complemento final al sistema defensivo de la ciudad, considerado el exponente español de su tipo de mayor tamaño en el Nuevo Mundo.
La Cabaña fue edificada por orden explícita del rey Carlos III, entre 1763 y 1774, y es heredera de tradiciones como la ceremonia del cañonazo.
Junto a estas grandes fortalezas, otras construcciones como los castillos de Santo Domingo de Atarés y del Príncipe, el Torreón de Cojímar o la Muralla de La Habana reforzaron la protección de la otrora villa de San Cristóbal.
Entre otros valores, la red defensiva se mezcló con el estilo de monumentos barrocos y neoclásicos, así como un conjunto homogéneo de casas con arcadas, balcones, rejas de hierro forjado y patios interiores que componen el ambiente por excelencia de la parte más antigua de la ciudad.