“Qué lugar tan extraño es este y qué seres tan singulares rondan por él” (Marivaux). Poco antes de la Revolución francesa, en un bosque situado en las inmediaciones de Postdam, sede del poder prusiano de Federico II, caída ya la hora del crepúsculo, un grupo de aristócratas libertinos, expulsados de Francia por la corte de Luis XV, se abandona toda la noche a un desenfreno sexual que no hace distinción alguna entre géneros y condiciones sociales. Los tres protagonistas disolutos, el duque de Wand (Baptiste Pintaud), Madame Dumeval (Theodora Marcadé) y el conde de Tésis (Marc Susini), buscan la protección de un aristócrata ilustrado y tolerante, el prusiano duque de Wand (un Helmut Berger irreconocible y a la vez preciso), para luego congraciarse con él y hacerlo participar en una bacanal, en ese bosque sombrío, a ratos luminoso, que habrá de durar hasta las primeras luces del día. Una suerte de Sueño de una noche de verano encantado y decadente, imaginado por el delirio del marqués de Sade. Esta breve trama, apuesta irreverente y excesiva, es toda la materia de Libertad (2019), el sexto largometraje del siempre sorpresivo director y guionista catalán Albert Serra ( El canto de los pájaros, 2008; La muerte de Luis XIV, 2016).
El carácter minimalista de la nueva cinta de Serra y su meticulosa escenificación teatral crean una atmósfera envolvente y opresiva que hace del espectador un intruso furtivo que asiste fascinado u horrorizado, según el caso, a la desmesura orgiástica de los aristócratas que copulan con sus valets y también entre ellos mismos, sometiéndose gustosos a vejaciones y exigiendo torturas más sádicas. En su intento por alcanzar un placer máximo por medio de la humillación y el dolor, los libertinos reivindican la abyección y el rechazo de todas las convenciones sociales. Uno de los tabúes que derriban con deleite es el de una sensualidad ligada al concepto de la belleza física. La apuesta romántica de Victor Hugo de combinar en la narrativa lo sublime y lo grotesco, se vuelve realidad en este acoplamiento sexual voluntario de mujeres hermosas con hombres de físico deforme o prematuramente envejecidos. Una de las protagonistas compara incluso los gemidos del placer con los ruidos infernales que hace un cerdo antes de ser degollado, e ilustra luego la exactitud de esa comparación. La voluntad de flirtear por una noche con el vacío existencial por medio del sexo, la expresa también un duque cuando se aplica largamente a hundir su rostro en el trasero de una dama, pidiéndole le permita así “atravesar el portal del infierno”.
Es conocida la reacción del público que vio por primera vez la cinta en Cannes: la mi-tad de la sala abandonó escandalizada la sala de proyección; la otra mitad eligió concentrarse en la belleza de la fotografía en claroscuros de Artur Tort y en el rigor de la puesta en escena. Es también notable en Libertad la clara incorrección política que supone apartarse de las banales representaciones fílmicas del libertinaje sadiano para adentrarse en la médula de una sexualidad ajena a todas las interdicciones. El título de la película se vuelve así ineludible.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12:00 y 18:15 horas.