El papa Francisco ha dado un duro golpe a los tradicionalistas y conservadores católicos. El pontífice argentino anunció el viernes 16 de julio un marco restrictivo para celebrar la misa antigua en latín, modificando un decreto de 2007 de su predecesor, Benedicto XVI, que la había cedido a la presión de los católicos tradicionalistas. Joseph Ratzinger justificó la medida para fortalecer la unidad de la Iglesia. En su momento, Benedicto XVI fue muy cuestionado, pues daba señales de alejarse del Concilio Vaticano II que, en definitiva, impulsa la reforma litúrgica permitiendo que la nueva celebración litúrgica se articule en los idiomas locales, y el sacerdote celebrante de cara a los feligreses asistentes a la misa.
A dos días de haber salido del hospital, Bergoglio ha publicado un motu proprio que modifica las normas de las celebraciones en la liturgia anterior al concilio. Serán los obispos quienes ahora se encargarán de las regulaciones de las misas en latín. En carta a los obispos explica:
“La intención pastoral de mis predecesores de alcanzar el deseo de unidad ha sido muchas veces desatendida”. En efecto, el motu proprio de Francisco Traditionis custodis, para “promover la concordia y la unidad de la Iglesia”, revocó en los hechos el decreto Summorum pontificum de Benedicto XVI de 2007 que había rehabilitado la misa en latín o misa tridentina, instaurada por San Pío V después del Concilio de Trento (1542-1563) que perduró hasta las reformas del Concilio Vaticano II.
Francisco explica la drástica decisión de abrogar la misa en latín de la siguiente manera: “Es defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad otorgada por mis predecesores. El uso distorsionado que se ha hecho es contrario a las razones que les llevaron a conceder la libertad de celebrar la misa tridentina”.
Francisco fundamenta que la decisión se deriva de amplias consultas realizadas en los últimos años, por la Congregación de la Doctrina de la Fe, para verificar la implementación gestionada por Benedicto XVI: “reveló una situación que me duele y preocupa, confirmando la necesidad de intervenir. Lamentablemente, la intención pastoral de mis predecesores, que habían tenido el objetivo de hacer todo lo posible para que todos los que verdaderamente desean la unidad permanezcan o la encuentren de nuevo, han sido a menudo gravemente pasados por alto. San Juan Pablo II y con mayor magnanimidad aún Benedicto XVI para recomponer la unidad del cuerpo eclesial en relación con las diversas sensibilidades litúrgicas ha servido para aumentar distancias, endurecer diferencias, construir contrastes que hieren a la Iglesia y entorpecen su avance, exponiéndola al riesgo de divisiones”. Al restringir la misa en latín, el Papa provoca a los fundamentalistas y conservadores. ¿Con qué fin? ¿Es un golpe de autoridad del pontífice argentino frente a sus opositores? ¿El hecho ahondará aún más sus diferencias con Ratzinger, el Papa emérito? Para diversos especialistas, Francisco reacciona a la regresión litúrgica operada por Benedicto XVI, porque se había agitado un proceso de deconstrucción tanto de las orientaciones del concilio como de su legitimidad.
El tema es profundo y opone las dos visiones de los últimos pontífices sobre las reformas de la Iglesia operadas por el concilio. Es real, el pontificado de Benedicto XVI se fue alejando paulatinamente de la centralidad del Concilio Vaticano II, que condujo a acercarse aún más a los sectores ultraconservadores de la Iglesia. En diversas ocasiones llamó a perfeccionar la hermenéutica del concilio y reprochó que el concilio en su versión mediática se hubiera instalado como el verdadero. Sujetó el impulso del catolicismo posconciliar, manteniendo la preminencia en Roma. Recordemos al gran teólogo Hans Kung, recientemente fallecido, quien en una carta abierta declaró: “Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica. Benedicto XVI no quiere saltos hermenéuticos, sino reformas graduales desde la tradición de la Iglesia, que van más allá del propio concilio”.
Las reacciones a la decisión de Francisco no se han hecho esperar y sus adversarios aprovechan para arremeter contra el papa jesuita. Un caso lo tenemos en Antonio Socci, analista italiano, quien ha negado, en un libro, la legitimidad pontifical de Francisco al haber encontrado inconsistencias en el cónclave. Socci sostiene que no es la misa en latín lo que provoca el rechazo del Concilio, sino, sus propias innovaciones revolucionarias que nada tienen que ver con el Concilio. Socci arremete: “La decisión de Francisco derrumba un pilar clave del pontificado de Benedicto XVI, es un error doloroso que quita la libertad y provocará nuevas divisiones. El Papa hace el gran regalo a los lefebvrianos de la exclusividad del rito antiguo y de algunos fieles”.
En las redes surgen las voces críticas contra Francisco. En defensa del misal tridentino están el cardenal Zen Ze-kiun, resentido por los acuerdos con China; el arzobispo Carlo Maria Viganò, que insiste en la dimisión del Papa; el cardenal africano Robert Sarah, ratzingerista. El cardenal Gerhard Muller, ex de la Congregación de la Fe, critica el trato diferenciado del Papa a la misa en latín versus el audaz camino sinodal alemán. Está en juego no sólo la disputa por el orden litúrgico, sino la legitimidad y reformas operadas en el concilio. Francisco es su defensor y baluarte.
Sus adversarios tienen la oportunidad de arremeter con todo.