Corría 1966, y un día apareció en la escuela una deslumbrante sicóloga de 23 años que nos dejó bizcos. Experta en “orientación vocacional”, la sicóloga recorrió las aulas, poniéndose a disposición de los alumnos para un “test de evaluación”. En la mía, todos alzamos la mano con algarabía. Incluyendo mi mejor amigo, Vinzetti, quien militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios, ayudaba en las villas miseria junto con los curas comprometidos y, según decía, tenía clara su “orientación vocacional”: el sacerdocio.
Semanas después, la sicóloga me llamó a su cubículo para entregarme el resultado del test. Me sacó de onda: “No sos muy normal que digamos”. Con soberbia, manifesté: “¿Y usted cree que Vinzetti es ‘normal’? ¡Quiere ser cura!” En realidad, celos. Vinzetti tenía un Fiat 600 (su papá era rico), y juraba que había llevado a la sicóloga a un balneario para discutir su “orientación vocacional”. Pero como no me prestaba el autito, lo trataba de “pequeñoburgués”. A lo que respondía: “Y a vos te falta ‘conciencia de patria’”.
Al año siguiente, Vinzetti empezó a militar en los Comandos Camilo Torres, y en el asado de graduación le pregunté si mantenía en pie su vocación religiosa, Apartándome del grupo, dijo:
–Esto es únicamente para vos: me voy a Cuba con Mabel.
–¿Y quién es Mabel?
–¿No te acordás? La sicóloga, boludo.
Mabel y Vinzetti cayeron combatiendo a la dictadura militar. Ella estaba embarazada. Así, cuando regresé al país luego de la guerra de Malvinas, visité al papá. Nos abrazamos. Pero al entrar en la residencia, quedé tieso. En la puerta cancel, una inmensa fotografía del hijo y, al pie, una frase de Paul Claudel: “La juventud no nació para el ocio, sino para el heroísmo”. Manuel Vinzetti (1948-1976). Murió matando.
He pasado los últimos días atendiendo wasap, correos y llamados telefónicos. Los resumo en tres renglones: “Estoy inquieto. ¿Qué noticias tienes de Cuba? Favor que no sea sólo que el imperialismo las fomenta, cosa que es cierta, pero creo que no es sólo eso”.
Como dijo uno de los pensadores más lúcidos de México, “ahí está el detalle”. Pues si hay certidumbre de que el imperialismo fomenta ciertas noticias de Cuba, la aprensión de “que no es sólo eso” induce a creer que “hay algo más”. En efecto, lo hay.
Otorgando el beneficio de la duda, imaginemos dos bandos. De un lado, los que cierran filas al grito de “¡patria o muerte!”, evocando aquel verso lírico de Horacio: “Dulce y honorable es morir por la patria”. Por el otro, los que aturden con una consigna importada: “patria y vida”. Como si al verso del romano hubieran añadido: “…pero es mucho más dulce vivir por ella, y más aún beber por ella. Por lo tanto, ¡brindemos a la salud de la patria!”
Los unos saben paladear el ron, y los otros creen que la democracia y la libertad se discute con borrachos que dependen de una aplicación móvil. El alcalde de Miami, Francis Suárez, por ejemplo, aseguró que piensa pedir al presidente Joe Biden que considere una “intervención militar”, o bien un “ataque aéreo”…
Eso es lo que pide un hijo de cubanos a la potencia militar que fue derrotada en Vietnam y que busca el modo de retirarse “honorablemente” de Afganistán, después de una guerra infructuosa de 20 años. ¿De veras creen los seguidores del alcalde que un país en irreversible centrifugación, podrá rendir al único ejército de América Latina con experiencia de combate, y apoyado estratégicamente por Rusia y China?
De mi lado, dudo que a la mayoría de los 2 millones 300 mil cubanos que viven en Estados Unidos (20 por ciento de la población de Cuba) entusiasme una iniciativa que sólo encuentra eco entre los borrachos de la Calle Ocho de Miami, liderados por los senadores Marco Rubio y Bob Menéndez.
Washington DC y Miami son caras de una misma moneda. La de Washington, con sus discursos pedorros de libertad y democracia. La de Miami, con sus pequeños ejércitos de asesinos, torturadores, narcotraficantes, genocidas retirados y jóvenes youtubers, siempre listos para ejecutar sus órdenes. Y frente a ellos Cuba soberana, siempre lista para la defensa.
En su derecho, quienes crean que las protestas en Cuba son a consecuencia de la “dictadura”. Pero omitir el desquiciante impacto económico, político y emocional de un bloqueo genocida de 62 años, es paja ideológica y complicidad con el enemigo. Las breves vidas de Mabel y Vinzetti fueron algo más que “orientación vocacional”. Fueron apenas dos, de las miles y miles y miles y miles de nuestra América, con sentimiento y conciencia de patria.
Acabar con el bloqueo es la premisa ineludible de cualquier opinión, reflexión, observación y debate sobre Cuba. Y luego, podemos seguir divagando acerca de la democracia y la libertad que, cómo no, todos llevamos en mente.