Los Ángeles., Coqueteaban, bailaban, algunos se besaban. La medianoche del domingo, Los Ángeles se volvió la primera gran ciudad estadunidense en volver a imponer el uso de cubrebocas en lugares cerrados debido al rebrote de Covid-19.
Sin embargo, en el interior de las discotecas, la medida fue casi imperceptible.
En el bar Revolver, los clientes habían sido advertidos en la fila: sin cubrebocas no hay entrada. David, un joven que esperaba para ingresar, incluso tuvo que correr al supermercado más cercano para comprar uno y evitar perderse la diversión.
Pero dentro de las discotecas de West Hollywood, un distrito de moda de la metrópoli californiana, las reglas son otras.
Ashley Gutiérrez, de 22 años, incluso afirma que se siente “un poco fuera de lugar” con su cubrebocas quirúrgico.
En la multitud, domina un razonamiento: con dosis ampliamente disponibles para todos, ¿por qué las personas vacunadas deberían sacrificarse por las que no lo están?
“Si se niegan a inmunizarse, no es mi problema”, critica Stephen Bennett.
“Si me obligan a ponérmelo (el cubrebocas), me iré a casa”, aseguró Anthony Bawn, de 36 años.
Los funcionarios de Los Ángeles que anunciaron la medida a mitad de semana enfrentan un dilema: la ciudad reabrió hace sólo unas semanas y nadie realmente quiere estropear la fiesta. Sin embargo, nunca desde marzo los casos de Covid habían sido tan altos en la región, debido a la variante delta.
Estados Unidos hasta ahora ha evitado generalizar el pasaporte de vacunación. Sin embargo, la medida molesta a algunos.
El alguacil de Los Ángeles señaló que no hará cumplir esta obligación, ya que según él “no está basada” en la ciencia.
Difícil de aplicar
“Va a ser difícil de aplicar”, abundó Rubén, gerente de los Trunks, donde suenan Dua Lipa, Lizzo y éxitos de otras figuras del verano boreal.
“Tampoco voy a pegarlos en la cara a la gente”, sostuvo otro.
Cuando llega la medianoche, el gerente de A Micky se apresura a entregar cubrebocas a sus bailarines, que usan poco más que eso.
Los camareros dudan antes de ponérselos también, pero entre la multitud, nada cambia.
Leo Johnson tiene el suyo en el bolsillo. “Estoy vacunado, no me la pondré si nadie me lo pide”, rió este hombre.
Adrián Barrios, de 26 años, dice que “en los bares, gran parte de la comunicación pasa por la sonrisa”.
Con el cubrebocas de pedrería plateada, Krista puede haber encontrado una solución. Protéjase sí, ¡pero con estilo!