Acabó una etapa más difícil de lo que los mexicanos hubiéramos previsto. Fue resuelta con un valor y habilidad que pocos de los ciudadanos comunes habríamos podido imaginar. Pero ahora es tiempo de colaborar con soluciones colectivas, tanto para los problemas que subsisten como para los que se levantan como olas reactivas a los avances de la 4T. Marchar ordenadamente hacia adelante, sembrando respuestas sólidas y viables, ignorando la mala fe, pero, sobre todo, sin dejarnos intimidar por los resabios de una burocracia acostumbrada a cercar los centros de decisión para bloquear las iniciativas ciudadanas, debe ser la estrategia para juntar los cabos sueltos y contribuir en el cumplimiento del sueño colectivo de un porvenir cada vez más justo para nuestra patria.
Desde esta tribuna hemos mencionado uno de los cabos sueltos: el de la política alimentaria, cuya mayor debilidad (ya lo hemos señalado) es la sinrazón de, en vez de favorecer la producción de alimentos, entregar los recursos a los campesinos, tanto en dinero (que ellos usan para comprar alimentos procesados) como en especie (fertilizantes y semillas) para el programa de reforestación a base de monocultivos de maderables y frutales), cuyo modelo agrícola no sólo lleva a la destrucción de la biodiversidad, sino cuyo producto final está destinado a la exportación. Es decir, un programa cien por ciento neoliberal, que no sólo empobrece nuestros suelos sino se enfoca a nuestra mayor dependencia económica de los mercados internacionales. Y todo, sin haber resuelto la autosuficiencia alimentaria. Condición, ésta última, de la soberanía y viabilidad de un país justo e independiente.
A costa del Presidente y su buena fe, se creó el programa Sembrando Vida, cuyos recursos –ya lo escribimos– pasan por manos campesinas sin aportarles nada, siendo un programa que no sólo margina el saber de una práctica ancestral, sino que los salarios se gastan en comida agroindustrial y la plusvalía favorece precios competitivos para la exportación de frutos y madera. Por tal razón, debemos ayudarlo y pugnar por que dicho programa sea sustituido por otro llamado: Sembrando Milpa y Reforestando, que no sólo tienda a obtener la autosuficiencia alimentaria de las clases rurales, sino también suficientes excedentes para el mercado urbano, y que además favorezca la reforestación con las especies endémicas correspondientes, pues sólo la reposición de la variedad simbiótica, botánica y zoológica, ayudará a recuperar la biodiversidad que destruyen algunas culturas (no fue el caso de la nuestra tradicional) con una manía de uniformar lo que desconocen para poder dominarlo.
Sembrar Milpa y Reforestar no sólo cumpliría con un principio bioético, sino que llenaría una demanda humana y social, pues la incorporación de la fuerza de trabajo manual e intelectual de una población siempre discriminada, revaloraría su existencia social y civil, al permitir la difusión de saberes que están por desaparecer definitivamente y darles el lugar en la sociedad y en la cultura que realmente merecen y que no es, sin la menor duda, el ridículo sitio de la tan vendida “gastronomía mexicana” para el turismo, sino el de una clase social con personalidad y compromiso, revolucionaria y responsable.
Si el Presidente suele mencionar la fuerza moral de esta población, aún no completamente extinguida culturalmente, y si algunas de sus luchas son las reivindicaciones de las poblaciones expropiadas y aniquiladas, no dudamos de que prestará oído a este cabo suelto del tejido que pretende reforzar para dejar la 4T como una realidad con raíces profundas en nuestra historia objetiva y en nuestro sentir emotivo. Trabajemos pues, muchos y muchas, en demostrar las virtudes, tanto en su masa específica económica, social, cultural, como en los alcances científicos que un programa como el sugerido pueden inspirar al mundo y, en particular, a los países lastimados por la historia como ha sido el nuestro.