El autor del célebre filme El diablo en el cuerpo (Diavolo in corpo) es hoy un caballero de 81 años que ha hecho la paz con la vida. La sonrisa de Marco Bellocchio no ha sido nunca tan dulce y tan cálida como ahora, dialogando en exclusiva para La Jornada, en la Terraza del gran Hotel Majestic. No tanto por el privilegio de recibir la Palma de Honor del prestigioso Festival de Cannes por sus 54 años de carrera, de manos de su colega y compatriota Paolo Sorrentino en la gala de clausura, sino por el placer de compartir aquí una de sus películas más bellas, más íntimas, la más personal.
Con el documental Marx puede esperar (Marx può aspettare), el gran maestro del cine italiano abre generosamente las puertas de la “casa Bellocchio” a sus recuerdos, sentimientos y arrepentimientos de la familia, tras los rastros del misterio que esconde la muerte de Camillo, su hermano gemelo, quien se suicidó a los 29 años. La película detalla cuánto esta tragedia ha marcado el corazón y también la filmografía del cineasta. “La realicé por partes, a lo largo de cinco años. Era una historia que debía contar antes de mi retirada definitiva”, aseguró.
–¿Cómo nació la idea de este filme?
–En 2016, organizamos un almuerzo con toda la familia en el Círculo de la Unión, en Piacenza, para festejar sin nostalgia alguna a los hermanos y familiares todavía en vida. De allí surgió la figura del gran ausente: mi gemelo Camillo. Desde entonces se volvió el protagonista de este filme. Inicialmente quería reconstruir algunas escenas como ficción, pero luego me di cuenta de que las imágenes reales eran muy superiores. Así que he recogido testimonios importantes, documentos, fotos, trazos de mis películas que mezclaban la vida privada y la historia de Italia para plasmarlo desde su nacimiento hasta su muerte.
–¿Qué descubrió en el proceso?
– Que no le entendimos. Leemos sobre tragedias ajenas, pero no nos imaginamos esto de cerca. Incluso como ateos, dijimos que él estaba en el Paraíso. Mi madre, tan católica, obviamente no podía soportar las llamas del infierno por su hijo suicida. Sufría mucho, pues los religiosos creen que cuando alguien atenta contra su propia vida, es luego castigado, y esto la tenía obsesionada. Así que no aceptaba su fin, por lo que optó porque no se dijera la verdad sobre el tema. Fue un episodio vital censurado. Tuvimos que concentrarnos en su inmenso dolor insuperable, en lugar de pensar en el nuestro. Así que fingimos que fue todo un incidente. Además, también tenía yo mi empeño político, que no me permitía decir toda la verdad.
–¿La cinta es un acto de amor hacia Camillo?
–Hablando honestamente, no creo. He hecho este filme para los sobrevivientes, pues yo no soy creyente. La considero una película llena de vivacidad y se refiere mucho a mi vida y a las relaciones con las personas cercanas y a las nuevas generaciones.
–Aunque no sea religioso, entrevista a un sacerdote en su documental...
–Es el padre jesuita Virgilio Fantuzzi, quien también era crítico cinematográfico. No lo veía mucho, aunque me daba mucho gusto dialogar a veces con él. Lograba siempre encontrar en mí una clave religiosa.
–Marx puede esperar recorre su vida, pero también entrelaza su filmografía. ¿Esto le ha enriquecido?
–Está claro que esta tragedia era ya vista en modo indirecto en situaciones diversas en otras películas. El tema del suicidio esta en Il gabbiano, Salto nel vuoto, Il regista di matrimoni. Sobre todo en Gli occhi e la bocca, en el que trataba de contar mi drama, pero no quedé satisfecho. Una paradoja, pues ésta ha resultado mi película más íntima. Luego entendí que había en mí una autocensura invisible, porque mi madre aún vivía y prefería que no se hablara del tema. Porque estaba inmerso en el análisis colectivo en el cual los temas eran aquellos de la curación, de la liberación de la sicosis. No tenía en ese entonces la libertad actual, hoy no tengo nada que perder, ningún freno ideológico. Tampoco quiero complacerme en el dolor, sólo entender. Ahora por fin me siento sereno, pero no absuelto.
–¿Por qué el título Marx puede esperar?
–Fue la respuesta que me dio mi hermano cuando le sugerí que con su adhesión a la revuelta comunista encontraría su redención y un lugar en el mundo. Me manifestó sarcásticamente: “Marx puede esperar”. Como decir, la política viene después, primero debo resolver algunos asuntos conmigo mismo. En definitiva, este filme es la verdad de su dolor. Es un título irónico, como suelen usar las grandes obras como las óperas. ¡Es el título preciso!