La competencia cerró hoy su programa con dos películas aceptables, al menos, sobre enfermedades mentales. La primera fue Nitram, del australiano Justin Kurzel (de quien se vio en México recientemente La banda de los Kelly), que se centra en un personaje (Caleb Landry Jones) a quien llaman por el título –al revés, es Martin– y es un joven con problemas.
El hombre vive con sus padres, no estudia, no tiene trabajo ni novia, ni perspectivas. Vaya, es un perdedor total hasta conocer a Helen (Essie Davis), una rica excéntrica que lo adopta como compañero y, al morir en un accidente, lo nombra su heredero. El dinero no lo es todo y Nitram se convierte en una bomba de tiempo cuya sicosis no tardará en manifestarse con violencia.
Kurzel construye con tensión esa radiografía de un ser patológico basándose en un caso real ocurrido en 1996. Nitram (nunca se da a conocer su verdadero nombre para no celebrarlo) cometería el asesinato masivo más grande de Australia, a la fecha. En una loable decisión ética, el realizador sólo sugiere el inicio de la masacre de Port Arthur, que culminó con 35 muertos y una veintena de heridos. (A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde esa clase de tiroteos se dan cada semana, en ese país sirvió para restringir y controlar la venta de armas de fuego).
Más íntima es la perspectiva de Les intranquilles ( Los intranquilos), del belga Joachim Lafosse, que describe la bipolaridad sufrida por el pintor Damien (Damien Bonnard) quien se vuelve un insoportable maniático cuando deja de medicarse. Sin dormir nunca, el personaje invierte su energía en pintar sus cuadros, en darle lata a su pobre mujer Leïla (Leïla Bekhti) y causarle traumas a su pequeño hijo Amine (Gabriel Merz Chammah). Este, sobre todo, es la principal preocupación del cineasta, que continuamente nos muestra las reacciones del niño a los excesos de su padre.
A diferencia de otras películas sobre enfermedades mentales, Les intranquilles no ofrece soluciones optimistas. Por lo contrario, concluye con la admisión de que la bipolaridad no tiene cura. El dilema del protagonista es padecer un círculo vicioso: si toma medicamentos como el litio, el hombre se vuelve un zombie incapaz de trabajar; si pinta se pone bajo una presión que le lleva a abandonar su tratamiento. La mirada de Lafosse es sobria, honesta y ha sido la sorpresa de la competencia.
El panorama del certamen ha sido tan desalentador que los usuales pronósticos no han encontrado una favorita entre la prensa. Hay quienes se inclinan por la japonesa Drive My Car, de Hamaguchi Ryusuke, otros por Ghahreman, del iraní Asghar Farhadi. Hay incluso irresponsables que apuestan por la francesa Titane, de Julia Ducournau. (No comenté estas dos porque ese día no publiqué). Me encantaría que algo ganara Benedetta, de Paul Verhoeven, pero eso no va a suceder. El jurado presidido por Spike Lee, tendrá la última palabra y uno teme un resultado injusto. Varios premios deberían declararse desiertos.
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