Hay signos de recuperación en algunas zonas del planeta, pero los estragos del terremoto económico asociado a la pandemia son de tal dimensión que cerca está de reconocerse, como algo consumado, otra década perdida para América Latina y el Caribe, es decir, otra devastación económica y social como la vivida en los años 80 del siglo pasado, con el resultado por todos conocido y padecido. Y ahora como entonces, el consenso internacional para superar la sacudida brilla por su ausencia.
No es la primera vez que lo advierte, pero la secretaria general de la Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena, subraya que la región “está en la ruta de una década perdida; la crisis derivada de la pandemia de Covid-19 elevó la desigualdad y la pobreza, y a esto se suman las enormes asimetrías sobre la vacunación: sólo 13 por ciento de la población ha recibido las dosis y hay grandes brechas; en comparación, la Unión Europea tiene vacunada a tres veces más población” ( La Jornada, Angélica Enciso). Además, en un solo año la deuda externa latinoamericana se incrementó 10 puntos porcentuales y la región destina 59 por ciento de sus exportaciones de bienes y servicios al servicio del débito, de ahí que “se necesitan nuevas iniciativas para abordar el financiamiento de este grave problema, entre ellos la redistribución de los derechos especiales de giro del FMI desde países desarrollados a naciones en desarrollo y fondos multilaterales”.
Los cambios en la arquitectura financiera internacional “deben incluir un mecanismo multilateral de restructuración de deuda soberana para abordar los compromisos con los acreedores privados, de la mano con la creación de una agencia multilateral que actúe como contrapeso del actual oligopolio de las calificadoras de riesgo; éstas han bajado la calificación a la mayoría de los países de la región, lo que encarece aún más el crédito. Además, debemos movernos hacia una tributación más progresiva. La ortodoxia está siendo cuestionada y es necesario ir en esa dirección, así como combatir la evasión y elusión tributaria y los flujos financieros ilícitos. Se necesita una arquitectura multilateral; no podemos hacerlo solos”.
Con la pandemia activa y el manual neoliberal en la mano, muchos gobiernos latinoamericanos se endeudaron a más no poder para “evitar el desplome económico” y “proteger” a sus respectivas poblaciones. En los hechos, las economías regionales se desmoronaron y el bienestar de los ciudadanos, de por sí golpeado, se fue al caño. Eso sí, sumaron miles de millones de dólares al ya voluminoso endeudamiento regional, saldo que inmediatamente fue facturado a quienes prometieron “amparar”.
La historia se conoce, porque “una constante latinoamericana ha sido la frecuencia de las crisis financieras: de deuda externa, balanza de pagos, bancarias y generalmente una mezcla de ellas”. Años atrás, la propia Cepal reconocía que las raíces de la década perdida de los 80 fueron “los desequilibrios macroeconómicos internos y choques externos que se verificaron en el curso de la década previa y el costo del financiamiento externo” (la deuda foránea de la región creció brutalmente: en números cerrados, de 67 mil millones a 209 mil millones de dólares entre 1975 y 1980). Ello “no tenía precedentes cercanos, dado el bajo acceso a recursos externos que la región exhibió hasta 1975. Además, la descomposición de la deuda externa en sus componentes privados y públicos señala que éste no fue un fenómeno atribuible únicamente al comportamiento del sector público, dado que el aumento de la deuda externa privada de toda la región representó 40 por ciento del incremento total”.
Esas condiciones de vulnerabilidad externa creciente (el alza progresiva desde 1978 de las tasas de interés internacionales, que se vio intensificada en octubre de 1979 a raíz de las medidas de política de control monetario y del crédito adoptadas por la Reserva Federal de Estados Unidos para hacer frente a la inflación) aumentaron el servicio de la deuda, que llegó a representar 47 por ciento de las exportaciones en 1982 y exacerbó el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. ¿La historia se repite?
Las rebanadas del pastel
Si de suspirantes al hueso mayor en 2024 se trata, el chiste de la semana va por cortesía del impresentable Ricardo Monreal: “Soy un aspirante normal y no un ambicioso vulgar”. Juar, juar.