A los interesados en conocer los mejores momentos de la revolución sandinista, recomiendo una estupenda antología de ensayos y discursos de Sergio Ramírez: Las armas del futuro (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1987). Si la consigue o ya la tiene, guárdela en un cofre junto con un 38 corto. Dicen que los opositores de Daniel Ortega andan buscándola para incinerarla.
De mi lado, admito que eché al fuego el ditirambo del comandante Tomás Borge a Carlos Salinas de Gortari ( Salinas, los dilemas de la modernidad, Ed. Siglo XXI, México, 1993). No… no es verdad. Aquí lo tengo, subrayado. Son las ventajas del “soporte-papel”, no tan fácil de que se pierda en la nube.
Sigamos. El siglo XXI empezó en 1989, año tormentoso para las izquierdas binarias de Occidente. Como es sabido, el “socialismo real” implosionó y cayó sin luchar. Mas poco se ha comentado de su impacto entre los fieles del marxismo extraterrestre. Parafraseando al maestro, la revolución mundial se había desvanecido en el aire. Y en su lugar, la proliferación exponencial de rebeliones nacionales de credo diverso, contra la globalización neoliberal.
Tomemos un caso de aquel tormentoso 1989, cuando las izquierdas binarias se las vieron con un dilema más complejo que el maniqueo posicionamiento “Ortega sí/no”: respaldar o condenar al general panameño Manuel Antonio Noriega (1934-2017). Noriega había sido colaborador de la CIA. Pero a mediados del decenio de 1980 se dio vuelta, tras concluir que Estados Unidos jamás iba a devolver la soberanía sobre el canal, según lo estipulado en los Tratados Torrijos-Carter (1977). Washington le soltó la mano, y las izquierdas binarias se formularon la pregunta de cajón: ¿qué hacer? El debate encendió polémicas similares a las de aquellos legisladores de Bizancio, totalmente sordos a las advertencias del pueblo: “¡Ahí vienen los turcos!” Simultáneamente, Washington le daba cuerda a los paladines de la democracia en Panamá.
Por fin, las tácticas del “golpe suave” fracasaron. El 20 de diciembre de 1989 el Comando Sur bombardeó los barrios humildes de la capital panameña (seis a siete mil 500 civiles asesinados), y el mismo día, en una base militar de la Canal Zone, el narcomagnate Guillermo Endara fue juramentado como “presidente constitucional”.
En comparación con otros jefes de Estado antimperialistas, Noriega carecía de respeto entre las izquierdas binarias. Sin embargo, compartió junto con ellos el privilegio de ser despreciado por el imperio y fue el gobernante mediáticamente más satanizado después de Perón.
La revolución nicaragüense no escapó a las generales de la ley. Pero a diferencia de la cubana, carecía de un gran timonel. Y así, su derrota electoral fue el epílogo del proceso que en 1979 prologó Tomás Borge con un lema hermoso: “El amanecer dejó de ser una tentación”.
Diez años y medio después, llegó el anochecer. De un lado, ningún genio de la revolución había concebido el inusitado traspaso democrático de un gobierno popular y antimperialista, a uno de signo contrario. Por el otro, los jefes sandinistas intuyeron que en adelante, debían pagar el gas, el teléfono y la luz.
Durante el periodo de transición, la Asamblea Nacional (dominada por los sandinistas), aprobó las leyes de la “piñata”. Leyes 85 y 86 que transfirieron tierras, inmuebles, bienes públicos, empresas estatales, fábricas de azúcar, etcétera, al FSLN y organizaciones afines.
Ahora bien. Si entrevistásemos a la primera y segunda línea de los viejos mandos sandinistas, nueve a uno que dirán: “a mí no me tocó nada. Todo se lo quedó Daniel y la Charo”. Como fuere, ninguno de los que hoy cargan contra la corrupción de los Ortega y Murillo optó por purgar sus propias culpas en algún convento de carmelitas descalzas.
Lo importante. En los 17 años de saqueo neoliberal (1990-2006), Daniel Ortega reconstruyó el FSLN, tejiendo alianzas non sanctas con la Iglesia y el viejo somocismo. Mientras, los muchachos del “sandinismo renovador” debatían acerca de si la democracia debía ser como en Suecia o España o, a falta de más, la democracia made in USA.
En esas andaban cuando a finales del 2006 ¡híjole!... el pueblo votó masivamente por el FSLN. Y a continuación, empezó a lavarse las heridas y daños legados por la verdadera dictadura: la dictadura neoliberal. Los indicadores sociales y económicos mejoraron.
¡Uf!... ni tú, ni yo: Sergio Ramírez se merece el Nobel de Literatura. Por sus novelas, claro. Porque sus “novísimas” ideas de poco sirven si las “armas del futuro” se cargan con el engrudo ideológico del ultraliberal Felipe González, mezclado con el engrudo plus del ultraneoliberal Mario Vargas Llosa.
Aunque no estoy seguro que lo gane. Un amigo editor que vive en Suecia me cuenta que la políticamente correcta academia está pensando en una escritora que sea nicaragüense, ex militante del FSLN, experta en asuntos de sexualidad, feminismo y comprometida en la lucha “contra todas las dictaduras”. Requisito fundamental: que sea G y B (guapa y bella). ¿Quién será?