El campo religioso mexicano es diverso y en proceso de mayor diversificación. Aunque la Iglesia católica es todavía mayoritaria, el fenómeno de expansión de otros credos sigue incrementándose de manera muy importante. En las últimas tres décadas millones de personas –así lo muestran los datos censales– han roto con la identidad religiosa tradicional, para adoptar otras propuestas espirituales que dan mejores respuestas a sus necesidades de sentido en la vida. A este hecho se le ha interpretado de distintas maneras. Sin embargo, no abundan estudios que muestren, desde la perspectiva de los conversos, cuáles han sido sus motivos para abrazar otra fe y renunciar a la ancestral.
Un muy buen análisis de las conversiones religiosas en México es el realizado por Carlos Garma Navarro (http://www.scielo.org.mx/pdf/crs/v12n24/2007-8110-crs-12-24-97.pdf ).Su acercamiento es contrario a concebir a los convertidos al amplio abanico de grupos que forman el protestantismo mexicano, o los testigos de Jehová, mormones, cienciología, y creencias orientales, entre otras, como sujetos manipulados y víctimas de un lavado de cerebro por parte de propuestas religiosas ajenas a la idiosincrasia del mexicano.
El converso a un nuevo credo, y que por tanto renuncia a una identidad social hegemónica cuyos valores antes aceptaba plenamente, no es una tabla rasa a la que se le puedan agregar las marcas que le vengan en gana al predicador en turno. La nueva orientación vital provista por la fe recién apropiada, sólo es posible si entendemos que el nuevo discurso convence al converso porque toca fibras sensibles en el mismo.
Mientras exactamente la misma propuesta puede ser ofrecida a infinidad de personas distintas, la respuesta de ellas no es igual, porque en esto tiene un papel fundamental la historia de vida de cada quien. Por ejemplo, una de las técnicas de difusión de su mensaje empleadas por los nuevos movimientos religiosos, conocida como love bombing, no tiene igual efecto en todos los que la reciben. El love bombing (consistente en hacer sentir bien al nuevo prospecto, muestras de interés por él o ella de parte del misionero) tiene resultados satisfactorios para el grupo conversionista cuando el posible prosélito ha tenido una historia personal de rechazo, fracasos y frustraciones. Pero el mismo bombardeo de amor muy probablemente carezca de eficacia con quienes no tienen carencias fuertes en su vida afectiva.
Los grupos religiosos distintos al catolicismo romano, que están ganando vertiginosamente adeptos entre los mexicanos, actúan en un campo previamente abonado con distintos elementos. Lo que implica entender el papel que los propios conversos juegan en su cambio a otros valores y prácticas que les son presentados por evangélicos, budistas, mormones, hare krishnas, mexicanistas y un largo etcétera. El cambio de identidad religiosa es multicausal; para comprobarlo no hay más que preguntar a quienes renunciaron a la fe tradicional acerca de las razones que los llevaron a tomar esa decisión. Por eso, tratar de explicar esta complejidad con la simpleza de la manipulación, conlleva reproducir una teoría a la que han recurrido las confesiones mayoritarias cuando se sienten amenazadas por credos que consideran intrusos en un terreno de su propiedad.
No obstante la imagen social negativa que todavía tienen las confesiones religiosas no católicas, la gente se sigue convirtiendo a ellas.
¿Por qué?
Una explicación superficial poco hace por entender cómo en muchos casos el costo de la conversión (en pérdida de prestigio, rechazo familiar, ridiculizaciones y hasta acosos y persecución) es asumido con entereza por quien se adscribe a una nueva fe. Las variables de la conversión –definida como el tránsito de un universo simbólico y discursivo a otro que la cultura religiosa dominante considera ilegítimo– incluyen lo afectivo, místico, sociológico, político, económico y sicológico, por lo que sería craso error reducirla a sólo uno de estos elementos. Por lo mismo, la cantaleta de obispos y arzobispos que señalan a las que ellos llaman sectas de aprovecharse de la buena voluntad de inermes ciudadanos, es una idea gratificante para su línea pastoral, pero impotente para detener el éxodo de fieles a otras confesiones. Si existen condiciones sociales de las que grupos como los pentecostales se están beneficiando, en términos de ganar cientos o miles de seguidores cada día, por más que curas y algunos antropólogos veneradores de la inmutabilidad cultural se rasguen las vestiduras, el hecho de todas maneras va a subsistir.
Por último, en la migración de las conciencias del catolicismo a otras identidades religiosas, la Iglesia católica también tiene su parte. Es así porque, mientras en otros credos el congregante es participante activo en la vida cotidiana y la reproducción de la fe, en la institución romana es una especie de espectador al que le está vedado entrometerse en asuntos exclusivos del clero.