Abordo un libro que no es una novedad editorial sino –y nada más– una lectura reciente, Debe ser un malentendido, de Coral Bracho (ERA, 2018). Me amparo para ello, desde el punto de vista periodístico seguramente mal, en visiones lúdicas –pienso en Fayad Jamís, en Fabio Morábito– que encuentran en la poesía algo siempre inédito; según la tercera acepción del adjetivo, algo siempre nuevo, siempre desconocido. Siempre, intervengo, fresco.
Limpidez. Asociamos, o asocio yo, quizá excesivamente, el término a un poema de Octavio Paz sobre el 68. Pero limpidez es imagen que la percepción registra, quizá mejor: constata, cada vez que se acerca a la escritura de Bracho. ¿Una segunda impresión? Diría, a no dudar, que pertinencia.
Una pertinente limpidez, una límpida pertinencia es lo primero (y la sensación “final, última”, la resonancia) que se “respira” al (y deja el) acercarse al trabajo de la autora de, entre otros títulos memorables, La voluntad del ámbar –o eso me pasa a mí, si de evitar generalizaciones se trata.
Debe ser un malentendido, prosaísmo elegido para contener cierto lirismo de visos en apariencia (o no) desbordados o hasta desaforados, es la lectura de un teatro probablemente del absurdo que es un teatro muy probablemente –seguramente– del sentido. De esa fe, de esa ferviente búsqueda (¿apropiación?) es que el libro nos habla.
A más de las nueve o diez divisiones evidentes del breve volumen puede hablarse de otras que aun cuando no ocultas no resultan evidentes a primera vista. La autora define tales otras divisiones “guiando” al lector mediante paréntesis que anteceden a los poemas en cuestión con, por ejemplo, los señalamientos: Intuiciones, Observaciones y Habla ella. Es por lo menos interesante seguir estas que llamaré series y abordar la lectura no en orden (pocos leen libros de poesía de principio a fin, suelen abordarse a saltos, se dice), sino en otro orden. Llegar por esos otros caminos, por esas otras vías es, confío en no exagerar, iluminador.