Más de una vez he dicho en público y en privado, que Luis Fernando ( La Rata, para sus amigos) es el historiador más inteligente de mi generación. Quizá otros dejen mayor obra, reciban más premios, se acomoden mejor, sean más afamados; pero mis lecturas de su obra y el cultivo de su amistad me convencen que en ninguno existen tan bien afinadas, tan precisamente afiladas, las dos cualidades fundamentales que debe tener un historiador: la crítica y confrontación de fuentes como instrumentos, y el compromiso apasionado con la verdad posible y con la humanidad existente como causas.
La Rata escribe sin prisa, porque las fuentes que él tortura son elusivas, difíciles, escasas, puesto que escribe sobre aquellos que no escribían. Dos grandes libros (grandes en ideas, muy manejables en volumen, impecables en su factura) deberían ser obligatorios para entender teoría y metodología de la historia de los que no escriben; de los oprimidos que se sublevan, se levantan como un volcán, que aparecen como un rayo en el azul para quienes no atienden ni entienden a los indios laboríos que protagonizan En el espejo haitiano: los indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina (que reseñé aquí: https://www.jornada.com.mx/2016/04/05/ opinion/025a2pol); o los léperos de los barrios ( Sueñan las piedras: alzamiento ocurrido en la Ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre de 1847).
Esa manera de torturar las fuentes lo llevó a su más reciente libro (procuraremos que no sea el último), escrito a cuatro manos con un aventurero de sonoro nombre: Hernán Cortés. Compartía con Guy Rozat la certeza de que no hay “visión de los vencidos” (https://www.jornada.com.mx/2019/04/ 02/opinion/014a2pol) y se dedicó a exprimir la versión primigenia y siempre repetida de los hechos. Su estudio introductorio y la devastadora autopsia que hace a la Relación de 1520 con el afiladísimo bisturí de su inteligencia y su sabiduría, harán que nadie pueda leer “la mal llamada conquista” como hasta ahora la leímos. ( Relación de 1520, editado por Grano de Sal, está llegando a las librerías).
Luis habla sin prisa; en femenino y en tercera persona. Detesta los reflectores individuales (igual que prefiere hablar de las esclavas y no de Hidalgo; de las léperas y no de Santa Anna, aunque sea mucho más fácil hacer lo contrario) y le encantan los proyectos colectivos. Desde 2012 compartimos el Observatorio de la Historia y el blog colectivo El Presente del Pasado, del que era el editor y el corazón. Quienes integramos el consejo editorial de la página hemos decidido cerrarla, por unanimidad: sin Luis presente, no tiene sentido.
La Rata es un crítico implacable de la mediocracia académica, de las mafias y privilegios, de los plagiarios y simuladores. Contar cómo perdió sendos concursos o plazas en instituciones como el INAH, la UNAM y la Ibero, revivir sus campañas de denuncias públicas y de defensas privadas de alumnos o académicos perseguidos, nos permitiría hacer una crónica despiadada (como las que de su pluma salían) de los modos y las modas de los privilegiados y los mafiosos de la academia y de la cultura.
Luis es un agudo enemigo del sistema político imperante hasta 2018 y de quienes pretenden preservarlo o reinstaurarlo. De pronto algunos dicen que se separó de la Cuarta Transformación y se convirtió en crítico del discurso histórico de AMLO. Es falso: su apoyo al gobierno por el que luchó se mantenía intacto (podríamos parafrasear el famoso argumento del también prematuramente fallecido, enormemente añorado Antonio Helguera). En cuanto al rescate de la historia, me consta (nos consta a muchos) que hasta el último mes de su vida asesoró y respaldó el proyecto que vio nacer en la Presidencia de la República (“Memórica”): todas las semanas hablaba con su directora, Gabriela Pulido Llano. Y aunque por razones que no vienen al caso rechazó no aceptar un cargo formal, impulsó y diseñó el área de contenidos digitales (otra vez, el trabajo colectivo).
Mostrar su posición frente al discurso de AMLO es también entender su faceta de intelectual crítico. No oculta su rechazo (desde antes de 2018) cuando el discurso regresa a los “grandes temas” tradicionales, como “la Independencia”, “la conquista” (casi le escucho las comillas), aunque tomó parte en las conmemoraciones de 2019 y 2020. Y no oculta su respaldo por aquellas cosas aparentemente pequeñas en que se cifra lo grande: el rescate de los pueblos, de las oprimidas, de las olvidadas: aplaudió con entusiasmo las peticiones de perdón a mayas, chinos y yaquis y la exigencia de perdón a la corona española (en este texto delicioso donde asoma su afiladísima ironía: https://elpresentedelpasado.com/2020/07/ 02/un-rey-belga-y-otro-no/), o la decisión de retira la estatua de Cristóbal Colón, que también muestra su posición ante la (literalmente) “historia de bronce” (https://elpresentedelpasado.com/2020/10/ 12/mejor-sin-ella/).
Ya no podré ser el mismo. Canto con Serrat la elegía de Miguel Hernández: “Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas / compañero del alma, tan temprano” ().
Twitter: @HistoriaPedro