La semana pasada, ojalá lo recuerden, me referí a la consulta ciudadana del próximo 1º de agosto. Afirmé, de entrada, que yo no soy de los que consideraron esta instancia como absolutamente conveniente y necesaria. Al contrario, para decirlo sin ambages, me resultaba riesgosa, provocadora y, lo pior (con i), innecesaria. Lo innecesario en toda actividad, pero sobre todo en política, representa emprender las acciones más absurdas sin el menor asomo de utilidad y beneficio. En estos casos hasta la premeditación, alevosía y ventaja constituyen un búmeran insalvable.
Pero resulta que yo soy por naturaleza un militante (desde la Congregación Mariana, la Acción Católica de la Juventud Mexicana y los Boy Scouts). Esto quiere decir que cuando decido integrarme como miembro de alguna cofradía, es porque asumí, a cabalidad, el compromiso de respetar principios con los que obviamente debo coincidir, cuerpo doctrinal y comportamientos. Respecto a la táctica y la estrategia, sí soy más accesible: reclamo el derecho a proponer, alegar y hasta dar patadas de ahogado en las discusiones y debates, pero, votada una decisión, me pliego a la voluntad mayoritaria y la respeto como si fuera la por mí sostenida. Por supuesto que, si en la discusión soy convencido por una propuesta que corrija, adicione, mejore la por mí presentada, pues tanto mejor, pues así no me queda más que reconocer “¡Ganamos, compañero!”
Todo lo anterior en relación con la consulta del 1° de agosto. Mi posición ha sido muy clara: yo la considero inconveniente por los enormes riesgos y dificultades que son obvias en las actuales condiciones. Sin embargo, el día que una mayoría de militantes de un partido, con cuyas causas, razones, proyecto y objetivos me identifico, decidieron que esta acción política debería llevarse a cabo, he dedicado mis precarios esfuerzos a promoverla con denuedo.
El lunes pasado me referí a dos de los sentenciados desde endenantes: Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. El primer correo que recibí el mismo lunes por la mañana me reclamaba una mención de los faltantes y, en primerísimo lugar, anotaba el nombre del ínclito y nunca bien ponderado (así suele decirse), Vicente Fox. Recuerdo que, desde los inicios de su sexenio, se publicó un librito con sus cotidianas “Perlas japonesas”. Así llamaba don Raúl Prieto, el inolvidable Nikito Nipongo, a la colección de las increíbles estupideces cotidianamente pronunciadas o escritas por la flor y nata de la clase política de aquellos tiempos, de la que formaban parte algunos médicos (la mayoría eminentes profesionistas) y afortunadamente pocos de los nuevos doctores. Al terminar su sexenio (y por supuesto más allá el fin de esa tragedia, siempre he pensado que, si don Raúl Prieto hubiera dedicado su tiempo únicamente a compilar las sinrazones del señor Fox Quesada, habría roto, sin duda, el récord de trabajo que el 31 de agosto de 1935 implantó el trabajador minero camarada Aleksei Stajanov, quien esa fecha, ante el asombro mundial, logró recolectar con su exclusivo esfuerzo 102 toneladas de carbón: su partido y su patria lo necesitaban.
Por otra parte, debo reconocer lo mucho que han influido en mis razonamientos las muy atinadas opiniones de Pedro Miguel y de Fabricio Mejía y, en mi ánimo, el activismo que están realizando tanto los brigadistas partidarios como las movilizaciones espontáneas de infinidad de grupos de la inexplicablemente calificada como sociedad civil. He visto pancartas, carteles, mantas y oído múltiples canciones en los más variados ritmos y expresiones, según la región del país que las generan: corridos, huapangos, rumbas y por supuesto los ritmos del momento que yo ni siquiera distingo. No tengo duda alguna de que, pese al silencio mortuorio con el que la mayoría de los medios escritos y electrónicos han amortajado todo lo relativo a la consulta, en la entraña de nuestro pueblo, se escucha un legítimo reclamo de justicia “ Eppur si muove”.
P.D. ¿Recuerdan la bella historia de Frank Baum, Wizard of Oz? La niña Dorothy Gale es levantada de su casa, en Kansas, por un tornado y transportada a la Tierra de Oz. Allí, además de lidiar con las brujas buenas y malas (en todos los mundos este asunto es igualito), se topa con tres personajes que adolecen de los órganos y las emociones propios de los humanos. Los nombres de los actores que interpretaron a los tres figurines no me caben ya en el texto. Confórmense con el del gran histrión Vicente Fox Quesada que en la versión mexicana hizo un triple papel (como Pedro Infante en Los tres García). El primero era un espantapájaros que, como estaba hecho de paja carecía de cerebro, pese a lo cual era en extremo parlanchín. El segundo, como era de hojalata, carecía de sentimientos y lo que a la gente le pasaba ni siquiera lo registraba. El tercero era un león, el rey de la selva, pero carecía de valor y de arrojo. En la historia de Baum, los tres personajes, gracias a Dorothy y al Mago de Oz, superaron sus deficiencias. Desgraciadamente, en el Bajío mexicano el milagro no fue posible ni siquiera merced a la siembra intensiva de amapola: el monigote, sigue tan campante.
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