Lo hemos dicho demasiadas veces. Los viejos prestigios no siempre garantizan resultados. Ese fue el caso de la nueva realización del italiano Nanni Moretti, Tre piani (Tres pisos), melodramático recuento de los problemas de los diversos ocupantes de un edificio de departamentos. Un joven ebrio, hijo de jueces, atropella con su auto y mata a una señora; un viejo se pierde con la hija de un matrimonio cuyo esposo sospecha que ha habido algo sucio; el mismo luego estupra a la nieta del viejo quien muere en el hospital; a la vez otra vecina da a luz a su hija, sin la presencia del padre cuyo hermano es un estafador... ¿Ya vieron por dónde va la cosa?
Lo más raro de la narrativa es que avanza dando brincos de lustros. Cinco años después las situaciones siguen complicadas. Y otros cinco años después se llega a un final reconciliador y optimista de escasa convicción. En el camino, Moretti ha perdido su sentido del humor irónico, la principal virtud de su filmografía. Los espectadores de la función de prensa se reían, pero del humor involuntario de unas situaciones muy forzadas.
No le fue mejor a la francesa Mia Hansen-Love con su primera película en inglés, Bergman Island (La isla de Bergman), la historia de cómo una pareja de cineastas, Chris (Vicky Krieps) y Tony (Tim Roth), visita la célebre isla de Farö, lugar de residencia del epónimo director sueco, en busca de inspiración para sus sendos proyectos. (La producción es parcialmente mexicana, por la participación de la compañía Piano).
En su primera parte, el asunto funciona como un simpático travelogue, con visitas a la tumba de Bergman, su sala de cine personal y el terreno donde se encontraba la casa de A través de un vidrio oscuro, entre otros espacios privilegiados. El problema comienza cuando Chris le cuenta a su cónyuge el argumento de su proyecto. Entonces nos vamos a la película dentro de la película, donde una mujer (Mia Wasikowska), en la misma locación, sufre un amor imposible por un galán comprometido (Anders Danielsen Lie).
Resulta increíble que Hansen-Love se haya conformado con algo tan chabacano y banal. Cuando las buenas ideas no llegan, ni la inspiración espiritual de Ingmar Bergman funciona.
La tercera concursante fue Drive My Car, del japonés Hamaguchi Ryusuke, una adaptación de un cuento de Haruki Murakami, con una duración de tres horas para que el día amarre. A pesar de su longitud excesiva, la película fue lo más interesante de este domingo.
La literaria trama gira en torno a un actor/director de teatro (Nishijima Hidetoshi), cuya esposa infiel ha muerto de un infarto cerebral, y él se enfrasca en una adaptación de El tío Vania en un festival de Hiroshima. El discurso de la película se conjuga con la temática teatral, trampeando un poco al robarle diálogos a Chéjov. Sin embargo, al final, en un viaje que el protagonista realiza a Hokkaido con su conductora (de allí el título tomado de la canción de los Beatles), ambos consiguen confesar sus secretos íntimos y conseguir algo de paz interior. No es una experiencia fácil, pero el resultado es gratificante.
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