Cuando en 1758 François Quesnay –cirujano real de Luis XV– presentó a la Francia del siglo XVII su Tabla Económica, acaso no imaginó iniciar una controversia teórica esencial. Distinción entre trabajo productivo e improductivo por la generación o no de excedente, de producto neto.
Hoy simplifiquemos un poco y digamos que primero –y de forma sobresaliente– abonan al debate Smith, Malthus, Ricardo y –sin duda– su crítica en Marx. Pero no sólo ellos, todavía hoy brillantes estudiosos profundizan el asunto.
Se trata de considerar esa distinción al explicar la evolución de la vida material de la sociedad. Evolución por demás cíclica, con altas y bajas, con retracciones y progresos. Desde sus inicios, la perspectiva neoclásica consideró inútil esa distinción. También hoy se argumenta en la inutilidad de distinguir esos dos tipos de trabajo. Todos “generan” valor agregado. Aunque, la aparición periódica y cada vez más profunda de recesiones y crisis obliga a retomar la perspectiva clásica y su crítica marxista.
Asimismo, y como contexto –defienden autores críticos– el análisis de la tendencia a la disminución de la rentabilidad general de la economía.
Muchos trabajos muestran este comportamiento tendencial, sobre todo de la posguerra en adelante, incluso –pese a las limitaciones– con datos monetarios del sistema ortodoxo de contabilidad nacional. A partir de la relación monetaria del ingreso neto global, con activos, insumos y fuerza laboral empleados.
No pocos problemas se han mostrado en esos esfuerzos y el debate es muy rico. Reaparece con vigor la distinción de marras. Más todavía, cuando se constata el fortalecimiento de las esferas improductivas, preferentemente las de la “economía de incendio”, referencia coloquial de actividades improductivas como las financieras, de seguros y de bienes raíces (FIRE, por las siglas en inglés de financial, insurance, real estate). Varios trabajos críticos que iremos comentando identifican ese comportamiento, en el marco de dos –incluso tres– lineamientos teóricos críticos, y digo tres porque al análisis del fortalecimiento asimétrico de los trabajos improductivos y de la tendencia a la baja de la tasa de beneficio general de la economía se agrega la constatación de ciclos de transferencias de producto neto bajo la forma de rentas del suelo.
¿Hacia dónde? Hacia los propietarios –privados o públicos– de recursos naturales con mayor fertilidad respecto a la de aquellos –marginales, diría David Ricardo– de costos más altos, pero necesarios para atender la demanda social de productos agropecuarios, silvícolas, piscícolas, mineros y petroleros, entre otros.
Esta doble transferencia de excedente hacia esferas de trabajo improductivo y esferas rentistas, en ocasiones deprime aún más la rentabilidad general de la economía y obliga a impulsar los mecanismos que inhiben esa baja de la tasa de beneficio.
¿Cuáles? Fundamentalmente una mayor explotación de la fuerza laboral. ¿Mecanismos? Contención y baja salarial, precariedad laboral en sus múltiples formas, intensificación y prolongación de la jornada. Además de los de castigo del precio de materias primas y destrucción de capital, con los graves efectos sociales que generan.
Todas estas, sin duda, expresiones de fenómenos que caracterizan la economía de hoy y que obligan a repensar el futuro económico, no sólo de nuestro país, sino de todo el mundo. Así como a diseñar nuevas formas de impulso, pero también de resistencia social.
De veras.