Cannes. La sección Una Cierta Mirada, segunda en importancia del Festival de Cannes, proyectó la realización de la rumana Teodora Mihai, La Civil, rodada íntegramente en México y con una temática muy cercana a miles de familias mexicanas, la violencia por el narcotráfico y la desaparición de personas. La Jornada habló en exclusiva con su protagonista, Arcelia Ramírez, esto fue lo que nos respondió.
–La violencia en México es asunto redundante en el cine nacional e internacional. ¿Qué tiene de diferente La Civil para que aceptara su rol?
–Teodora me contactó, me mandó el guion, y cuando lo leí fue un shock. Me pareció que fue una mirada compleja ante un problema muy complicado. Este guion recogía esa complejidad, pero también me pareció muy emocionante, además de tener a este personaje increíble y la relación que tiene la peripecia de dicho personaje. Empieza en un lugar y termina en otro totalmente diferente. Piensa como una mujer negada, dependiente del ex marido, abandonada, y va tomando fuerza a partir de la tragedia que vive, para terminar como una activista, buscando la razón de qué fue lo que le pudo haber pasado a su hija. Es decir, toma la justicia por su propia mano, pero también su vida. Esta evolución, estos dos ejes dramáticos me parecieron súper interesantes y me conmovió muchísimo el guion. Me sentí muy privilegiada, responsabilizada y desafiada de tenerlo en mis manos. Además, era importante para mi aportar en la reflexión sobre el tema, con la aspiración de provocar empatía y conciencia, de conmover, de ponernos en los zapatos del personaje.
–¿Hay muchas madres coraje anónimas en México? ¿En caso afirmativo, habló con algunas de ellas para preparar su parte?
–No, porque eran tiempos difíciles. El rodaje estaba previsto para ciertas fechas y se fue postergando. Luego llegó la pandemia y, justo en medio de ella, fue la preparación. Resultó entonces complicado hacer este trabajo de investigación, además de que Teodora ya lo había hecho. Fue una investigación muy robusta y exhaustiva, de casi seis años, y fue ella quien me transmitió todo el material y todos los detalles, los matices, la complejidad de la persona. Ya cuando estábamos a punto de rodar, Teodora finalmente pudo viajar a México y nos vimos todos los días durante un mes y medio para hablar de cada escena y como se iba a dosificar la trayectoria del personaje, y lo que uno puede preparar racionalmente a la hora de estar en el set. Luego ese trabajo pasa al inconsciente al rodar, y tu vives la escena en el presente. Creo que hubo una labor de dirección muy minuciosa durante el rodaje, y Teodora se dio a sí misma, como directora, todos los colores que pudo para encontrar el buen ritmo de la película en el proceso de montaje.
–Siendo Teodora rumana, ¿de qué manera cree que afecta una mirada foránea a la descripción de la realidad mexicana, tan dura?
–Creo que Teodora se comprometió con este tema, y durante todo el proceso de investigación, ella y Antonio de Rosario, el guionista mexicano que escribió la obra Sin Trincheras, encontraron a una mujer en específico, Miriam Rodríguez, quien fue la que inspiró el personaje de Cielo. Yo creo que esto fue lo que los vinculó de una manera muy especial a la problemática. Por el contrario, creo que el hecho de que Teodora sea rumana le dio una buena distancia para esta cercanía pero al mismo tiempo este punto de vista objetivo de los hechos.
–¿Cómo se sintió con la cámara fija en usted todo el tiempo, que no la soltara en toda la película? ¿Cómo fue ese trabajo de tener todo el peso dramático sobre sus hombros?
Trabajo en unión y comunicación
—–Pues sí… Cuando leí el guion supe que eso estaba ahí como un desafío. Me preparé mucho como actriz: hacia yoga todos los días y desayunaba todos los días lo mismo, llegaba al hotel –del cual no salía más, ya que íbamos únicamente del set al hotel por el confinamiento– y trataba de cenar lo mismo siempre. Físicamente me preparé, me vitaminicé muchísimo para no enfermarme e incluso para protegerme del Covid-19. Yo creo que lo fui viviendo día a día, escena por escena. Habíamos ya trabajado muchísimo a nivel intelectual y analítico, siempre sabiendo muy bien que pasaba en cada escena. Pero a la hora de la verdad, me puse en manos de Cielo y de Teodora. Yo no lo hice sola. Fue realmente un trabajo de comunión y comunicación con ella, con el fotógrafo –Álvaro–, con los actores… Pero estás ahí sabiendo qué es lo que tienes que hacer y te dispones a que se de esa magia, esa alquimia.
–Teodora comentó que mucha gente del equipo de la película había tenido experiencias similares dentro de su círculo de familia y amigos ¿Se sentía esa atmósfera durante el rodaje?
–Teodora también me compartió aquella sorpresa. Esa complejidad se creó con muchos miembros del equipo a la hora de enrolase en el proyecto porque había un compromiso personal de mucha gente. Es un asunto doloroso, pero cerraba filas a la hora de estar todos en el mismo tren y sobre los mismos rieles. Me daba pudor, hablar de esto con algunas de las personas que supe que habían vivido algo así. Pero sí sentí que todos estábamos muy convencidos de la película.
–¿En México los creadores hacen suficientes películas sobre el tema?
–Creo que en México hay muchas películas que hablan sobre este tema ahorita, de las desapariciones, sobre todo documentales. La ficción evidentemente se alimenta de la realidad y este tema no es la excepción. Hay muchos puntos de vista, lo que lo hace rico, pero hay una herida general que necesita ser sanada. Muchas almas que necesitan consuelo en México. Estamos hablando de esto para crear una conciencia y empatía, y para generar una reacción que ayude a construir un sistema de justicia que resuelva estos casos.
–¿Ese cine con dimensión crítica ayuda a cambiar algo?
–Nosotros como artistas sólo podemos proponer realidades. Es lo que está dentro de nuestro control, lo demás no. Nuestra obligación es tratar esa temática, no desde un punto de vista frívolo, sino desde uno en el que haya un impacto en la sociedad. Ya lo demás no lo sabemos. Yo creo que sí es importante comenzar a hablar de estas cosas, y no sólo desde las narcoseries; que no se vea en el mundo que nada más somos eso. Hay mucha gente que no somos eso. Porque también hay una explicación al narcotráfico. No es porque seamos malos en México, sino que hay miseria y hay razones concretas por que la gente se vuelve narcotraficante y por que los jóvenes entran en esto y no hacen otras cosas. No somos primer mundo y no somos esencialmente malos. Hay razones concretas y reales y hay que de alguna manera tocarlas y entender como vamos enfrentándolas cotidianamente. Y a mí me da mucho gusto decir que las mujeres están comenzando a visibilizar en el país, empiezan a tener lugares importantes; poco a poco vamos progresando en la cuestión de igualdad entre géneros, lo cual es muy complicado en un contexto latinoamericano. El hecho de que ya empiece a moverse la cosa, que haya muchas mujeres en puestos políticos, en secretarías y todo esto es un avance, y también la creciente presencia de las mujeres en el mundo de los hombres.
–Y las mujeres en el cine, ¿También tienen su poderío?
–Creo que cuando empecé a hacer cine irrumpió una nueva generación de realizadoras en todos los sectores: aparecieron directoras, guionistas, fotógrafas, realizadoras y productoras. Esta generación se ha desarrollado cada vez más. Hoy en día las mujeres tienen su lugar muy concreto. No digo que no luchen todavía para conquistar sus espacios, equipos y el respeto que necesitan para trabajar, pero yo creo que hay ya un avance. Creo que la narrativa femenina es fundamental. Le da un aliento, una pluralidad al discurso de quiénes somos. Yo creo que eso lo vemos con mucha alegría.