¡Qué maravilla ver una mujer hermosa que ya lo era hace 40 años! Con una belleza intemporal y una expresión segura y gozosa porque desde siempre ha sabido decirle sí a la vida, de sólida trayectoria empresarial, administrativa y motivacional, poseedora de una notable cultura gastronómica, de una valiosa experiencia profesional y de trato refinado y gentil con los clientes del prestigiado restaurante, Estoril, uno de los mejores del continente, Diane Martin es, además, una inteligente aficionada a la fiesta de los toros, por influencia familiar y por convicción personal.
Pero el prestigio de una empresa no se improvisa, es resultado de años de compromiso, esfuerzo, aprendizaje, trabajo y aplicación cotidiana de los conocimientos adquiridos. Es, sobre todo, amor con vocación de servicio, ese que sabe combinar tradición con innovación, empatía con utilidades, la atención al cliente con el éxito de un negocio. Eso lo saben muy bien los hermanos Guillaume y Diane, orgullosos propietarios del Estoril, que el pasado 7 de mayo cumplió sus primeros 50 años de fructífera existencia halagando paladares exigentes de varias generaciones.
Sus padres, Rosa y Guillaume Martin, apostaron por la innovación sustentada en la tradición y junto con Roberto Bogdanos, pintor portugués afincado en México, echaron a andar un novedoso concepto de fusión de las cocinas francesa y oaxaqueña en el Estoril de la calle de Génova en la legendaria Zona Rosa, y desde 1986 en la calle de Alejandro Dumas, en Polanco, donde al suntuoso salón se añadió una deliciosa e iluminada terraza, ambos con el singular sazón de fusiones y la atención del gran equipo que han sabido formar a lo largo de medio siglo.
“Desde que éramos niños −evoca Diane−, mis padres nos llevaban a mi hermano y a mí a la Feria de San Marcos en Aguascalientes y yo me fui adentrando en el incomparable ambiente de los toros y más en esa feria de tanto carácter. A la muerte de mi padre, fue Arturo Villanueva, un compadre de Antonio Lomelín, el que me llevó a las corridas. Hay similitudes entre el negocio gastronómico o arte de preparar buena comida y bebida y el negocio taurino. No por el ambiente festivo sino por la sensibilidad que se debe desarrollar en la relación cliente-servicio y público-espectáculo. Si no se tiene esa empatía, esa percepción de los gustos, sentimientos y expectativas del usuario, sea comensal o aficionado, los negocios no caminan.”
“Otro desafío que enfrenta la tradición taurina −añade Diane− es cómo crear afición en las nuevas generaciones cuando la tradición familiar taurina se ha ido debilitando, y no precisamente por los antitaurinos sino, repito, por esa falta de empatía con el público, falta que es no sólo de las empresas sino de ganaderos, toreros y medios. Es una situación parecida a la de la ópera, que tampoco se ha preocupado de atraer a los jóvenes con propuestas más atractivas para ellos.
“La fiesta ya no puede ser como era antes porque ya no existe el aficionado de antes y los puristas nunca han sostenido un espectáculo. ¿Qué ofrecer ahora a la gente nueva? ¿Qué propuestas o experiencias que les llamen la atención, además de toros y toreros que emocionen y compitan? Urgen promociones menos tímidas y más imaginativas. Entradas al dos por uno con expresiones como ‘abuelo, lleva a tu nieto a los toros, o papá lleva a tus hijos, o abuela lleva a tu nieta’. Pero el espectáculo se ha vuelto tan monótono que incluso los de mediana edad que asistían a la plaza dejaron de ir.”