Alice Munro, la gran maestra del relato corto contemporáneo, llegó a los 90 años de una vida en la que, con su observación, hizo suficientes los lugares ordinarios para crear la complejidad; todo es tangible y misterioso desde sus historias.
La Fundación del Premio Nobel eligió ayer la frase “La felicidad constante es la curiosidad” para celebrar el aniversario de la autora canadiense, persistente en la discreción con su vida pública. Sin embargo, fue mencionada en múltiples publicaciones, así como en la Real Academia Española, y en The Paris Review, y entre los lectores a los que ha cautivado desde que publicó su primera selección de relatos, Dance of the Happy Shades, en 1968, con la que ganó el premio Governor General, uno de los más importantes en su país, y sus cuentos que publicaba The New Yorker. Hoy sus libros suman 14.
Entre William Faulkner y Anton Chéjov se ha colocado a la escritora canadiense, ganadora del Nobel de Literatura en 2013, como autora de cuentos de realismo sicológico. Su nacimiento en Wingham, Canadá, el 10 de julio de 1931, determinó su literatura. La granja en la que creció se volvió el escenario para elaborar a sus personajes y los estilos de vida.
Aun con la noticia del premio que genera mayores reflectores a cualquier escritor, Alice Munro continuó con su vida esquiva. Hace más de 30 años renunció a las giras para promocionar sus libros. Prefiere la vida tranquila en Clinton, Ontario, concentrada en las palabras. Hace casi una década anunció que dejaba de escribir. En abril pasado, el sello Lumen publicó Algo que quería contarte, libro de 13 relatos inéditos con traducción al español.
“A través de su complejidad, claridad y precisión, las historias que Munro ha publicado capturan los sentimientos mismos de lo que es estar vivo”, justificó la Academia Sueca su reconocimiento. Con su anuncio del ganador en 2013, en la biografía que hizo de la autora destacó sus palabras: “Estoy intoxicada por este paisaje en particular, en el hogar con las casas de ladrillo, los graneros que se derrumban, los estacionamientos de casas rodantes, las agobiantes iglesias antiguas”.
La primera etapa de su vida en la comunidad rural de Ontario impregnó el carácter de su obra; volvió a casa una y otra vez, ya sea desde la memoria, cuando vivió al otro lado del continente, en Vancouver, o cuando retornó al extremo colindante con el Atlántico. Sus narraciones ocurren en pequeños pueblos, “donde la lucha de las personas por una vida digna a menudo resulta en relaciones difíciles y conflictos morales”.
La mayoría de sus relatos se sitúan en Huron County, comunidad en la que creció. Después de graduarse en la Universidad de Western Ontario, se casó y el matrimonio se estableció en 1951 en la Columbia Británica. El divorcio en 1972 significó el retorno al este y el despegue de su carrera literaria, cerca de la casa paterna. Como tierra que recobra un aroma con el agua fresca de la lluvia, así revivió el recuerdo de la infancia y la vida rural, también la historia familiar de migración escocesa.