Cuando niño, el realizador potosino Andrés Kaiser solía visitar la Sierra de Álvarez, zona ecológica ubicada unos pocos kilómetros al oriente de la capital de San Luis, junto con su padre y sus hermanos. De aquel bosque el director, guionista, productor y editor conserva muchos recuerdos, especialmente de los relatos de la gente del campo y también de su ritmo de vida, pero además algunos de sus miedos más profundos.
De este modo, para su largometraje debut, Feral (México, 2018), le resultaba fundamental que la historia transcurriera en medio del bosque y concibió la idea de tres niños que crecieron sin mayor contacto humano, dos de ellos encadenados en una cueva a los que un ex monje benedictino, Juan Felipe de Jesús González (Héctor Illanes), intenta reeducarlos o civilizarlos en una cabaña de la sierra oaxaqueña, cerca de San Juan Chilac.
Montada como un falso documental, en el que un equipo investiga lo que ocurrió en 1986, cuando aquella cabaña se incendió y se hallaron los cuerpos sin identificar de los tres infantes: Cristóbal, Antonia y Juan (Farid Escalante, Kari Romu y Érik Axel Galicia), junto con el del ex seminarista, educado en el sicoanálisis en el monasterio de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca, por lo que fue excomulgado por el Vaticano.
Esta película de horror también juega con el material encontrado –o found footage–, con las grabaciones en videocasete VHS en los que Juan Felipe de Jesús registró sus intentos por asear y formar a los infantes, además de mostrar algunas viejas fotografías del pasado del antiguo aspirante a monje.
“Digamos que el horror y el drama son hermanos gemelos, si no es que son lo mismo. Los secretos, los silencios, lo que no se dice, lo que se oculta, proyectan grandes horrores y, al mismo tiempo, resulta incómodo, en un sentido muy real y cotidiano. En Feral, estaba muy alejado de lo sobrenatural, excepto en la medida en que sea una construcción social, como la religión. Me interesaba perseguir y entender el horror en su forma más pura y primigenia, no efectista, sino que la construcción del relato fuera terrorífica”, explicó Kaiser.
Siendo una película de género, inopinadamente se alzó con los premios Primero México y Fipresci en el 7 Festival Internacional de Cine de Los Cabos y fue nominado a Mejores Efectos Especiales (para Juan Arvizu) en la 62 entrega del Ariel de la Academia Mexicana de Cine. Ahora, tras un largo recorrido por festivales especializados y generales, arribó a la cartelera mexicana este mes de julio, con distribución de Cine Tonalá Distribución, en la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Toluca, Tepoztlán y San Cristóbal de las Casas.
Videocasetes y edición
El director aún recuerda que su padre fue uno de los primeros, entre sus conocidos, en poseer una videocasetera VHS y que tenía la costumbre de grabar cada película que rentaba en el videoclub para formar una videoteca, con películas como Santo y Blue Demon contra los monstruos (1969), El guerrero de hierro (1987) e incluso caricaturas soviéticas.
“Me gusta mucho el trabajo de archivo, me encanta. Me parece fascinante la idea de indagar en imágenes que no son tuyas y que fueron grabadas en contextos misteriosos, para tratar de ordenar una historia desde esas imágenes desconocidas, una arqueología audiovisual. Las imágenes de la cabaña con los niños le dan más valor al documental que están filmando porque son únicas”, expresó Kaiser.
Aunque actualmente todos esos videos de registro hallados en un baúl cabrían fácilmente en un disco duro, en la película vemos paredes literalmente tapizadas de videocasetes, un formato muy efímero que muy pronto salió del mercado, reflexionó el director, pero que nos habla de la historia de la imagen y de cómo ha ido mutando en sus distintos soportes.
“Vamos a ver en 20 o 30 años con qué ojos veremos los videos del iPhone y cómo serán”, propuso.
Antes de estudiar la carrera de Montaje y Escritura de Guion en la Escuela Superior de Artes y Espectáculos en Madrid, Kaiser intentó infructuosamente pasar los “largos y extraños” exámenes de admisión del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). A cambio consiguió trabajo como posproductor en Tv Azteca, lo que lo enfrentó con el “mundo real” y le enseñó a manejar todos los soportes y lenguajes. Muy pronto saltó a la edición y al montaje.
“Arranqué como editor cinematográfico. Cuando estaba estudiando me gustó mucho aprender especialmente el Avid, por el placer que se genera cuando pegas dos planos que no guardaban relación y, de pronto, mágicamente, la tienen. Me interesó esta experiencia creativa y conceptual, de mucho diálogo, de descubrir qué hay en el material. Ya maleando en la sala de edición, resulta que podía construir un discurso documental con la misma fuerza e intensidad con que se construyen en la ficción. Eres un constructor de ideas”, expuso.
Actualmente, Kaiser está en posproducción del documental La semilla invisible, sobre las 15 horas de filmes de los años 50 de sus abuelos, cineastas aficionados, y busca financiar y coproducir internacionalmente su segunda película del género, Preciosísima sangre, sobre una serie de monjas asesinadas en un convento virreinal del siglo XVIII, cuando la Iglesia “era, terroríficamente, el gobierno y la policía”.