Mil calamidades se atribuyen al dinero, desde la Biblia que advierte a los ricos que no tendrán acceso al reino de los cielos, hasta penosos hechos cotidianos. Se le reconoce como vigoroso actor en todo tiempo y lugar. En este artículo nos referimos al dinero negro, delictuoso de origen, a su tráfico y uso. El que motiva y energiza al gran crimen.
El dinero negro, también llamado dinero sucio, es el que procede de actividades ilegales, como tráfico de personas, armas, drogas, contrabando, extorsión, prostitución, robo…
El delito se constituye también al poseer riqueza inexplicable de origen lícito y que se intenta legalizar, lavar, cubriendo los impuestos correspondientes y así poder utilizarlo ya regularizado. Nuestra diaria práctica monetaria está colmada de dineros dudosos que no nos hemos educado en detectar.
Lo que sorprende es que ante ello no privilegiemos la persecución judicial, a juzgar por los pobres resultados de la lucha anticrimen. Sorprende aún por qué no se fortalece la Unidad de Inteligencia Financiera reconociéndose justamente su trabajo, realizado con modestos recursos.
Mirando el pasado es fácil concluir que la persecución del dinero mal habido no ha sido privilegiada, aun cuando éste es el combustible con que se mueve el gran crimen. Simultáneamente parece satisfacernos, y de ello se hace alarde, detener a un mafioso más o menos importante a nivel local o que la Guardia Nacional intercepte tres kilos de heroína, lo que resulta intrascendente.
Pareciera que a la autoridad le resultan poco atractivos los grandes compradores foráneos de droga que quizá despachen en Nueva York, los poderosos agentes financieros, los bancos nacionales y extranjeros, los paraísos fiscales, las transferencias extraordinarias, el cambio de divisas y el manejo de enormes volúmenes de moneda que inevitablemente entran y salen de bancos diariamente sin que se les ponga mayor cuidado.
Pescar a La Tuta o al Z-40 pareció en su momento triunfo nacional, como ahora son las aprehensiones de otros criminales de calibre semejante. Sólo parecen importar –en forma tangencial– los ríos de dinero que alimentan enormes embutes para autoridades y financian operaciones criminales, los que sirven para proveer de armamento extranjero, para la compra de flotillas de vehículos y el pago de nóminas pesadísimas…
En la segunda escapatoria de Joaquín Guzmán Loera (1/2001) la PGR de Fox sólo le imputó “evasión de reo”. Los enormes caudales de El Chapo fueron a parar quién sabe a qué manos. No se establecieron complicidades vinculadas a la custodia y manejo de esos activos, fueran bienes inmuebles o dinero. Si simplemente se hubiera partido del volumen de información que había en Badiraguato, Sinaloa, su refugio archisabido, se habría descubierto un gran tesoro.
Apresar figurones es obligado por la ley, aunque en términos prácticos ese es sólo un camino secundario. Ellos caen o mueren en manos de autoridades, se desata después una riña entre facciones y entonces brotan los sustitutos. La persecución militar y policial es onerosa en recursos humanos, materiales y presupuestales, dicho nada más así para no desglosar el desprestigio en lo que atañe a lo oficial. Peña Nieto prometió capturar a los 100 cabecillas más importantes; estuvo a un paso de lograrlo… ¿Y?
La base legal para perseguir y sancionar estos delitos es comparativamente nueva. El compromiso internacional relativo promovido por el Banco Mundial fue suscrito por el gobierno de Peña con países que han sufrido tanto lavado de dinero como terrorismo.
La participación de España, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos y otros países remite sin duda a la complejidad de un delito que se reconoce en la Ley Federal para la Prevención e Identificación de Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita, cuya figura punible está en el Código Penal Federal. Esa forma delictiva se apoya además en una decena de leyes financieras, por lo que, visto de tal manera, los encuentros bélicos con Nemesio Oseguera, El Mencho, líder del CJNG, tendrían sólo relativa importancia. Hay base para actuar, pero falta más convencimiento y acción. La percepción del delito es el primer requisito para su combate, aunque resulta claro que no estamos suficientemente alertas.
Basta echar un vistazo a la información pública abierta para estimar que no pueden estirarse más los recursos políticos, legales, militares, policiales y presupuestales para asegurar la paz social y seguir privilegiando la ruta belicista contra el gran crimen.
Siguen sumándose décadas de repetir, en cuanto a la lucha contra el crimen organizado, la máxima de “la madre de todas las batallas” (Fox dixit), mientras los dineros oscuros fluyen con facilidad. Es hora de pasar página, porque los dineros delictuosos no han dejado de lubricar todo escalón social, político y financiero, no dejan de amansar autoridades, sostener bandas y sus operaciones. No dejan, pues, de corroer al país entero.