Se acaban de cumplir 100 años de la fundación del Partido Comunista Chino (PCCh), el partido que dirigió exitosamente una revolución campesina, derrotó a las potencias extranjeras invasoras, ganó una guerra civil, fundó una república popular y puso de pie a un gigante planetario.
Casi 28 años después, el 1º octubre de 1949, se proclamó el nacimiento de la República Popular China. Vicente Lombardo Toledano fue el primer mexicano en visitarla. Estuvo ahí junto a su esposa, Rosa María Otero, del 16 de noviembre al 1º de diciembre de ese año, para participar en la Conferencia de los Trabajadores Asiáticos. Era entonces vicepresidente de la Federación Sindical Mundial.
Lombardo quedó profundamente impresionado por el coloso asiático y su dirigente Mao Tse-Tung. Desde esa nación anunció: “Hoy tendré el privilegio de dar a conocer al pueblo mexicano y a los demás pueblos de América Latina, a la China nueva”. Se dedicó a ello con entusiasmo hasta 1963, cuando tomó partido por la Unión Soviética en el conflicto que dividió al movimiento comunista internacional.
El triunfo chino impactó profundamente en los países coloniales y sus luchas por la liberación nacional. En la conferencia, Li Shaoqui anunció los planes de Moscú y Pekín para promover la Revolución china como modelo general de revolución en los países desarrollados.
Lombardo Toledano coincidía, al menos verbalmente, con este propósito. A Mao –a quien ubica como uno de los grandes hombres de nuestro tiempo– le explicó la similitud, existente en su origen, entre la Revolución mexicana de 1910 y la Revolución china. Y, en un discurso pronunciado en un banquete con el premier Chou En-Lai, hizo votos por el regreso de la nao a Acapulco, “no sólo para llevarnos y para traer mercancías valiosas, sino para comunicar a México los ideales de la República Popular de China y recoger las aspiraciones más altas del pueblo de México”.
El integrante del grupo de Los Siete Sabios seguía teniendo entonces una influencia relevante en la política mexicana y en los movimientos obrero y campesino. Apenas un año antes había fundado el Partido Popular. De manera que, al volver a su país, divulgó la experiencia revolucionaria de la nación asiática a través de sus amplias redes y relaciones. Escribió Diario de un viaje a la China nueva, narrando sus experiencias; dio conferencias y entrevistas, y difundió la propaganda y literatura revolucionaria de aquella nación.
En 1953 se fundó la Sociedad de Amistad con China Popular en México, dirigida por Luis Torres Ordóñez, economista del Instituto Nacional Indigenista, muy cercano a Lombardo. La sociedad promovió activamente charlas y ponencias, como las impartidas sobre la dialéctica en Mao por el doctor Elí de Gortari, futuro rector de la Universidad Nicolaíta; intercambios artísticos en el que participaron muralistas como David Alfaro Siqueiros, y viajes de personalidades culturales y líderes sociales. Diez años más tarde, la sociedad se fracturó, y surgió otra, mucho más radical y comprometida con las luchas emancipatorias, conducida por la doctora Esther Chapa, microbióloga y feminista.
En parte gracias a la labor de Lombardo, el maoísmo se divulgó en México durante la década de los 50 y comienzos de los 60, e influyó en líderes rurales, como el sonorense Álvaro Ríos, quien a lo largo de 50 años fundó decenas de ejidos, impulsó la autogestión campesina y gestionó la entrega de cerca de un millón de hectáreas sobre todo en Durango y Chihuahua (https://bit.ly/3AkF65b).
Gran importancia en la difusión de la Revolución china en México tuvo, también, la participación en 1952 de Pekín, de una delegación en la Conferencia de la Paz de las Regiones Asia y Pacífico. Asistieron, entre otros, el doctor Ismael Cosío Villegas, extraordinario especialista en enfermedades respiratorias, participante en el movimiento médico de 1964; la arqueóloga Eulalia Guzmán; Ruth Rivera, hija del gran muralista; la filósofa Paula Gómez; Mario Pavón Flores, asesor de la huelga general del SME en 1936 y petrolera un año después, y del paro de 25 mil jornaleros de la Comarca Lagunera, que dio inicio a la reforma agraria cardenista, y el poeta cubano Nicolás Guillén.
El escritor Fernando Benítez se fascinó con la travesía, en la que encontró un hecho histórico de dimensiones colosales: la rebelión de los pueblos coloniales. Quedó tan impactado, que pasó tres primeros meses de su llegada a México hablando sin cesar de lo que había visto allí.
Pensar en esa nación –escribió en su crónica China a la vista– “es pensar en un gigante que después de estar dormido durante siglos se ha puesto de pie y trata de recuperar los pasos perdidos entregándose a una actividad portentosa”. Añadió: su vida es ahora dinámica; se superan constantemente; inventan revolucionariamente.
Como ocurrió a Lombardo, Benítez halló grandes similitudes entre los pueblos chino y mexicano. “Lo que hace la grandeza de China, las pequeñas y fuertes manos de sus artistas y campesinos, es también lo que le da a México su fuerza”, escribió.
Y, al analizar la matriz ideológica de esa revolución, concluyó: “La miseria no es la que inclina a los hombres al comunismo, sino la conciencia de que el capitalismo no es capaz de solucionar sus problemas”.
Hoy, en el aniversario de los 100 años de fundación del PCCh, cuando el coloso chino sigue avanzando a zancadas en todo el mundo, vale la pena recordar cómo sus hazañas fueron anticipadas por los primeros intelectuales mexicanos que se asomaron en aquellas tierras.
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