Dentro del gran sistema migratorio hemisférico americano, cuyo polo fundamental de atracción se ubica al norte, se articulan tres subsistemas: el caribeño, el sudamericano y el mesoamericano.
El primer subsistema está conformado principalmente por Puerto Rico, Cuba, República Dominicana y Haití. Se inicia en la década de los 50 en Puerto Rico, se potencia al comienzo de la década de los 60 con Cuba, se incorporan República Dominicana en 1965, con la invasión, y, finalmente, Haití. En todos los casos se trata de una emigración masiva, pero muy especialmente de los portorriqueños, que no requieren de visa, al contar con pasaporte estadunidense y Cuba que tuvo un trato preferencial en cuanto a refugio. En el caso de la isla que comparten Dominicana y Haití, el proceso de ingreso a Estados Unidos no ha sido tan fácil y se da tanto la migración legal, como la irregular. Se trata de una emigración tradicionalmente unidireccional, hacia Estados Unidos, aunque en las décadas recientes se han venido diversificando los destinos, especialmente en Dominicana y Haití.
En este sistema migratorio se pueden apreciar varios focos rojos. En Dominicana se optó por el derecho de sangre únicamente, una medida que afectó seriamente a la inmigración histórica nacida en ese lugar, que perdió su derecho a la nacionalidad. Por otra parte, durante el gobierno de Obama se canceló el acceso directo al asilo en el caso de los cubanos, por lo cual los nuevos migrantes pasarán a la condición de ilegalidad o se les dificultará acceder al refugio. En el caso de Haití se ha dado un caso raro y reciente de migración itinerante continental, que empieza con el periplo para llegar a Brasil y luego un retorno escalonado por Sudamérica hasta llegar a México y pretender pasar a Estados Unidos. Proceso que sigue en marcha.
El subsistema migratorio sudamericano se caracteriza por la emergencia de flujos migratorios dependiendo de las crisis políticas y económicas de las últimas décadas del siglo XX. A diferencia de los otros subsistemas, éste es multidireccional y ha diversificado sus destinos entre Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón. Por otra parte, se distingue por una intensa migración intrarregional, a Venezuela, en otros tiempos, a varias naciones durante las dictaduras de la década de los 70 y hacia Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Guyana en décadas más recientes. No obstante, es el área andina la que proporciona mayor número de emigrantes. También hay que señalar la emigración transgeneracional, de hijos y nietos de viejos migrantes, especialmente españoles e italianos que llegaron a América Latina y regresan a Europa.
El foco, rojo intenso, en este subsistema, es la emigración de cerca de 4 millones de venezolanos a la región, repartidos por todo Sudamérica, principalmente en Colombia y Perú. Por otra parte, se percibe una creciente inmigración africana y asiática que llega por el Atlántico a Brasil y Argentina y ya se registra la presencia de algunos grupos que llegan a México con la pretensión de entrar a Estados Unidos.
En tercer lugar, en el subsistema migratorio mesoamericano participan México y el conjunto de naciones centroamericanas orientadas de manera unidireccional a un mismo destino migratorio: Estados Unidos y, en menor medida, Canadá. Geográficamente la región se caracteriza por su vecindad y cercanía con Estados Unidos y la gran influencia histórica y contemporánea que tiene ese país en la región, tanto a escala política como económica, lo cual profundiza y complejiza los flujos migratorios, además de la demanda de mano de obra centenaria que suple la región.
Si bien el caso mexicano puede, por varias razones, considerarse especial, a escala migratoria comparte con los centroamericanos el mismo requisito de visa para entrar a Estados Unidos y Canadá. Estos procesos migratorios se distinguen por su magnitud e historicidad, centenaria en el caso de México y con más de medio siglo en el otro. Pero también por su complejidad que incluye la emigración internacional, la inmigración intrarregional, el tránsito, el retorno y recientemente el refugio.
Mientras en México, una vez culminado el proceso de transición demográfica, se inició la fase de transición migratoria, con una caída sustancial de los flujos irregulares, por su parte, en el norte de Centroamérica, la emigración tiene visos explosivos especialmente en el caso de Honduras y Guatemala. No es el caso de El Salvador que ya tiene a 25 por ciento de su población fuera. Por otra parte, se da en la región la paradoja de una intensa migración intrarregional hacia Costa Rica, Panamá, Belice y, de manera creciente, a México.
Los focos rojos en el subsistema son la emigración de tránsito que se topa con el muro o la Patrulla Fronteriza en Estados Unidos y, la creciente violencia y riesgo que enfrentan los emigrantes, no sólo en sus lugares de origen, sino a lo largo de toda la ruta migratoria.
En la frontera norte de México, donde los emigrantes de los tres subsistemas migratorios se fusionan y concentran, como en un embudo, se da el agravante que allí también van a parar los deportados, violentados por la política migratoria de Estados Unidos y miembros de las familias separadas que prefieren quedarse en la frontera, esperar una posible visita o, por lo menos, sentir la cercanía.