La Comisión Nacional Forestal informó que en la primera mitad del año se registraron más de 6 mil incendios forestales en todo el país, con un saldo de casi 560 mil hectáreas devastadas por el fuego, de las cuales 92 por ciento correspondió a hierbas y arbustos y 2 por ciento a árboles. Las entidades más afectadas en este periodo fueron Chihuahua, con 88 mil 209 hectáreas siniestradas; Guerrero, 81 mil 808; Durango, 72 mil 564; Nayarit, 36 mil 751, y Chiapas, 34 mil 474.
El fin de la temporada de incendios forestales en las regiones centro, norte, noreste, sur y sureste (en la noroeste se prolonga hasta septiembre) ha traído una disminución de 95 por ciento en el número de conflagraciones, que pasaron de 85 en la semana del 11 al 17 de junio a cuatro en la del 25 de junio al primero de julio, y permite un cauto optimismo en cuanto a que no se alcancen las peores marcas históricas en la materia. Sin embargo, la grave sequía, que azotó 85 por ciento del territorio nacional hasta inicios del mes pasado, ya había hecho que en los primeros tres meses de 2021 se registrara el doble de incendios que en el mismo periodo del año anterior.
El incremento en estos eventos no es exclusivo de México: actualmente, el oeste de Canadá padece una “cúpula de calor”, fenómeno meteorológico en el cual una masa de aire caliente queda atrapada en las capas altas de la atmósfera y genera temperaturas poco tolerables, lo que ha llegado a desencadenar hasta 62 incendios en un lapso de 24 horas. Más al sur, la costa del Pacífico hierve con decenas de siniestros en los estados de Washing-ton, Oregón, California y, dentro del continente, Colorado y Arizona. Sólo en California, 8 mil hectáreas han sido consumidas por las llamas y el mismo número de personas han sido evacuadas a causa de un incendio bautizado como “Fuego de lava”.
Mientras las llamas devoran grandes áreas boscosas de Norteamérica, el huracán Elsa dejó una estela de destrucción en Barbados y Santa Lucía, y amenaza con causar graves daños en Haití, República Dominicana, Jamaica y Cuba. Por su parte, los residentes de la Ciudad de México, quienes hace unas semanas veían en riesgo el suministro de agua debido a la sequía, ahora se enfrentan a una alerta amarilla de inundaciones y experimentan grandes afectaciones a la infraestructura vial tras días de fuertes lluvias.
Las olas de calor y los incendios podrían parecer fenómenos disímbolos e incluso opuestos a los huracanes y las inundaciones, pero lo cierto es que comparten el hecho de ser potenciados en número y magnitud por un mismo factor: el calentamiento global. Para entenderlo, debe considerarse que los huracanes absorben energía de las aguas cálidas de la superficie marina, por lo que las mayores temperaturas de ésta incrementan las condiciones para la intensificación de los meteoros. Así, 2020 fue el peor año de la historia californiana tanto en número de incendios como en superficie arrasada por el fuego, y en la misma semana en que 15 mil bomberos enfrentaban las llamas en esa entidad occidental, el huracán Laura recorría el Golfo de México como la quinta tormenta más violenta que haya tocado tierra en Estados Unidos.
Los costos ambientales, materiales y humanos de los fenómenos exacerbados por el aumento en las temperaturas globales –de los que sólo se ha descrito una mínima muestra– obligan a ver en el cambio climático el mayor desafío que encaran estados y sociedades en el siglo XXI, y la abrumadora evidencia de que la presión sobre los termómetros tiene causas antropogénicas debe mover a una profunda reflexión en torno al daño que nuestra especie inflige al planeta y a sí misma al adoptar estilos de vida incompatibles con el equilibrio ecológico.