No fue acertado el desarrollo de una nueva sección en la matutina conferencia presidencial de prensa. Concebida para señalar una vez a la semana la información periodística que a juicio de Palacio Nacional fuera abiertamente falsa, engañosa o tendenciosa, tuvo en su arranque una conducción tropezante e imprecisa, a cargo de la debutante Elizabeth García Vilchis.
El magno esfuerzo de tocar a los intocables, para señalar su constante ejercicio mendaz y suministrar a los ciudadanos el punto de contraste que exhiba a esos medios y periodistas tramposos, no es bien servido por algo cercano a la improvisación como lo que ayer se mostró en la mañanera.
Rigor periodístico, citas y menciones exactas e incontestables, fuerza de hechos objetivos y no la opinión de la expositora como aderezo supletorio, más la contundencia del análisis profesional alejado del chistorete o el lugar común ideológico, son algunos de los puntos que deben acompañar un ejercicio, de por sí polémico, de sacudimiento y denuncia de la mole mediática convencional que, si no es bien confrontada, sólo recibe material invaluable para denunciar sesgos autoritarios, argumentar persecuciones e incluso invocar injerencias presuntamente solidarias de medios y organismos internacionales.
Enjuiciar el mal periodismo desde el poder presidencial, evidenciar casi en legítima defensa el papel nefasto de empresas, jefes periodísticos, opinantes y “comunicadores” de programas de radio, televisión y ahora de redes sociales, requiere de una vocería o conducción que tenga reconocida autoridad periodística y ausencia comprobada de filiación partidista, para así dar fuerza y legitimidad a lo que ahora se planteará en la mañanera todos los miércoles, en un Quién es Quién en las Mentiras.
Los señalamientos expuestos en párrafos anteriores no constituyen ni remotamente alguna forma de atenuación o exculpación de la maquinaria mediática y empresarial que durante la etapa pripanista se mantuvo como gananciosa aliada de las estructuras de corrupción e injusticia del país.
Desplazados del poder político, ayunos de las cesiones que gustosamente les amordazaban y moldeaban, anhelantes del retorno a sus tiempos de gloria monetaria, muchos de esos medios y operadores mediáticos mantienen una campaña incesante de infundios e insidia contra el gobierno de la llamada Cuarta Transformación (4T).
Aceitados por el dinero del capital privado y ya no del público, varios de los medios convencionales y sus personajes más relevantes (tan relevantes que Palacio Nacional les da más tribuna y atención de la que por sí mismos alcanzarían) buscan consolidarse como táctico brazo operador relevista del conglomerado de intereses partidistas y empresariales que no pudieron ganar electoralmente el pasado 6 de junio. Tal es el tamaño de la apuesta de ese “periodismo”.
Hoy se cumplen tres años del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador. Hiperactivo, siempre viajero, en constante campaña en busca de reafirmar el poder adquirido, instalador constante de vocablos y giros idiomáticos, cultivador sin pausa de su base social popular y causante de una constante discusión nacional, el político tabasqueño se ha defendido del desgaste propiciado por el ejercicio del poder en sí y por las circunstancias de dificultad extraordinaria que le tocaron (pandemia y sus consecuencias en la economía).
A cinco meses de que se cumplan tres años de que asumió formalmente la Presidencia de la República, aunque la toma informal del poder la empezó 48 horas después de las elecciones, gracias a un Enrique Peña Nieto absolutamente permisivo, López Obrador entra ya a la segunda parte de su periodo constitucional de gobierno.
En el inicio de este segundo tramo final se multiplicarán las expectativas y exigencias de cumplimiento de sus amplias ofertas electorales, de resultados palpables. Los proyectos políticos, de continuidad u oposición, se irán acelerando en este lapso que podría resultar más complicado que el primero. ¡Hasta mañana!
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