París. Por primera vez, astrónomos presenciaron un agujero negro tragándose una estrella de neutrones, el objeto más denso del universo, en fracciones de segundo.
Diez días después, observaron lo mismo, al otro lado del universo. En ambos casos, una estrella de neutrones –una cucharadita de la cual pesaría mil millones de toneladas– orbita cada vez más cerca de ese punto sin regreso, un agujero negro, hasta que ambos chocan y la estrella de neutrones desaparece en un bocado.
Los astrónomos captaron las últimas 500 órbitas antes de que las estrellas fueran devoradas, un proceso que tomó mucho menos de un minuto y generó brevemente tanta energía como toda la luz del universo observable.
“En un rápido y gran bocado desapareció”, señaló el coautor del estudio Patrick Brady, astrofísico de la Universidad de Wisconsin. El agujero negro “tiene una buena cena de una estrella de neutrones y se hace un poco más enorme”.
Los estallidos de energía de las colisiones fueron descubiertos cuando en la Tierra se detectaron las ondas gravitacionales, que recorren el tiempo y el espacio. Las mencionó Albert Einstein. Provenían de una distancia de más de mil millones de años luz. Fueron detectadas en enero de 2020, pero el estudio de más de 100 científicos que analizó e interpretó los datos fue publicado ayer en la revista Astrophysical Journal Letters.
Los astrofísicos ya habían observado fusiones de agujeros negros entre ellos, o entre estrellas de neutrones, pero nunca “parejas mixtas”, indica un comunicado del Centro francés de Investigaciones Científicas.
“Es el eslabón perdido que ayudará a comprender estas coalescencias (fusiones), con teorías que engloban el conjunto de estos fenómenos”, señaló a la Afp Astrid Lamberts, principal autora del estudio.
Los dos eventos fueron detectados con 10 días de intervalo, en enero de 2020, por los detectores de ondas gravitacionales Virgo y Ligo.
Las ondas gravitacionales son variaciones ínfimas del espacio-tiempo, causadas por fenómenos como la fusión de dos agujeros negros. Analizar su forma, como la que provocaría una piedra en la superficie del agua, permite determinar la distancia y las masas presentes.