El mundo está en crisis y buena parte de los ciudadanos lo están también. El Covid-19 ha sido “la gota que derramó el vaso”. Una enfermedad globalizada que llegó a toda la especie. La pandemia ha dejado una larga secuela de impactos a escala de los individuos que necesitan ser atendidos. La angustia, la ansiedad, la depresión, la impaciencia y la violencia se han expandido y multiplicado. Como efecto bumerán, la salud del planeta ha incidido sobre la salud de los humanos. Los ciudadanos requieren tomar conciencia de que el planeta es su cuerpo y su cuerpo es del planeta. Para ello proponemos la creación de una suerte de museos que operen igualmente como clínicas, que deben informar, ilustrar, emocionar, concienciar, terapiar y poner en acción; en una palabra, que deben curar de manera integrada el equilibrio individual y del planeta, induciendo un buen vivir.
Para esta época sui generis, este nuevo espacio debe responder a las inquietudes y preocupaciones del mundo contemporáneo que es, para decirlo rápido, un mundo en emergencia. El museo debe contribuir a ofrecer conocimientos y vivencias (ambas con el mismo peso) que ayuden a comprender la situación especial que se vive hoy, y que le permita adquirir al individuo conciencia, tomar decisiones, hacer compromisos y cambiar actitudes. Estamos en un “fin de época”, entrando a la parte terminal de la civilización industrial, tecnocrática, capitalista, patriarcal y antinaturaleza, en la que las contradicciones sociales y ecológicas se agudizan y en la que la norma son cada vez más los escenarios sorpresivos, inesperados e impredecibles. Ofrecer conocimientos para ubicarse en una época que es “única en la historia”, resulta obligado. La crisis actual es un proceso que es político, social y cultural, pero también ecológico. También la deshumanización se acentúa, pues el “paraíso industrial” es un infierno de mecanismos, máquinas, aparatos, que el ciudadano no alcanza a comprender y menos a controlar. A diferencia de otros “fines de época” del pasado, esta vez no sólo está en juego un modelo de civilización, también está en peligro el entorno planetario, el ecosistema global, incluyendo a la especie humana y al resto de los seres vivos.
En general, los museos, especialmente los de ciencias, son, fueron o continúan siendo, ámbitos tediosos, sobresaturados de información, sin conexión con la realidad de los visitantes, fríos, lejanos o exteriores, y sobre todo basados casi por completo en el uso martirizante de la razón. Los museos reflejan casi siempre la tajante escisión entre pensamiento y sentimiento. Se olvida que “la naturaleza antes de ser verdadera es bella” (G. Bachelard) y que el vínculo profundo y primigenio entre todo ser humano y su entono social y natural es primariamente subjetivo o anímico o, si se prefiere, somático. Buena parte del malestar que los niños y jóvenes de hoy padecen tiene que ver con su hartazgo por un sistema educativo que los induce permanentemente a racionalizar, cuantificar, operativizar, matematizar, sus realidades. “Nos sobra cerebro y nos falta emoción”, ha dicho Walter Riso en su magnifico libro Sabiduría emocional, y agrega: “La humanidad añora volver a lo primario, a la morada original donde comenzó el ascenso del hombre y a esa existencia plena, repleta de salud y bienestar… Hubo una época en que en la mente vivía más en el presente y estorbaba menos… (hoy) hemos creado un analfabetismo emocional respecto a su gramática básica”
Estos museos clínicas deben también ser radicales; ir a las raíces de la crisis no disfrazarla o edulcorarla y eso significa adoptar una “mirada sin anestesia”, que haya superado la propaganda política y la publicidad mercantil que bombardea a los ciudadanos minuto a minuto. Si el mundo está en crisis es por la acción de una minoría rapaz de depredadores y parásitos: las 300 corporaciones y bancos y los 100 hombres (no mujeres) más ricos del mundo. Este es hoy el mayor acto inmoral de la historia, el mismo que políticos, empresarios, diplomáticos, medios de comunicación y religiones olvidan, soslayan o niegan. El mundo no saldrá de su crisis hasta que no desaparezca el último de los magnates, individualistas y soberbios.
En nuestro país se deben crear estos museos/clínicas al menos en cada capital de los estados. Debería ser una iniciativa conjunta de la Seretaria de Salud, la de Cultura y la Semarnat y/o de las universidades y tecnológicos, o del sector privado o social. No tienen que ser muy grandes ni costosos, pero sí deben operar como centros de conocimiento y de acción. Plenos de consultas colectivas, talleres, cursos, arte terapeautico, convivencias. Y con la participación de equipos multidisciplinarios de médicos, sicólogos, ecólogos, terapeutas, artistas. Como en el pasado, la humanidad triunfará sobre sus adversidades utilizando dos armas poderosas: el sentido común, que es la ciencia de los pueblos, y la solidaridad, la ayuda mutua, la acción colectiva, el tequio, la “mano vuelta”, la guelaguetza…