De manera recurrente se levantan voces para suprimir los diputados plurinominales. Es comprensible: los legisladores en general y los plurinominales en particular cargan con buena parte de desprestigio de la clase política del antiguo régimen. Sin duda hay que reformar la manera y probablemente el número de los llamados pluris, pero suprimir toda forma de representación proporcional sería un retroceso y un absurdo.
Hagamos historia. En 1963, Pablo González Casanova, en La democracia en México, hizo cuentas elementales: desde 1929 hasta el año en que publicó el libro, el partido en el poder ganó todos los gobernadores y los senadores. Entronizó a seis presidentes, casi 200 gobernadores y 282 senadores. Los datos duros mostraban la inexistencia del sistema de partidos. Tampoco había equilibrio de poderes, sino una marcada asimetría favorable al Ejecutivo. A primera vista, pareciera que el Legislativo sólo tenía la función simbólica: sancionar los actos del Ejecutivo. El Poder Judicial en la práctica seguía las líneas del Ejecutivo y le daba estabilidad.
Tampoco existía el contrapeso del federalismo. Los gobernadores podían ser depuestos con relativa facilidad por el Ejecutivo mediante distintos recursos. Además, estaban sometidos a control militar mediante los jefes de zona, así como a la supervisión de agentes de la Secretaría de Gobernación, delegados de la PGR, etcétera. Finalmente, estaban sometidos financieramente al centro: en 1963 la Federación recibía 87 por ciento de los ingresos, frente a 10 por ciento de los estados y 3 por ciento de los municipios. En fin, el municipio libre era ficción.
Ese sistema hegemónico (el claro predominio de un partido, una legitimidad no basada en las urnas, la imposibilidad real de la alternancia, un modelo de no competitividad electoral, un diseño excluyente de las reglas del juego) se prolongó hasta 1977, cuando una reforma constitucional inició la apertura del sistema político, estableció un sistema electoral mixto para el Legislativo (300 de mayoría y 100 de representación proporcional, que ya existían mínimamente desde 1963) y modificó las reglas electorales. Pero también preservó el control del proceso electoral en manos del gobierno y no abrió otros componentes de los modelos democráticos, como los medios de información o la posibilidad de acceder a información alternativa. Esa reforma no fue una graciosa concesión del PRI, sino un triunfo arrancado por una sociedad crecientemente movilizada, en la que el rechazo a la farsa electoral llegaba al extremo de arrojar numerosos jóvenes al camino de la lucha armada.
Números: en las elecciones de 1979, el PRI obtuvo menos de 70 por ciento de los votos y ganó 296 distritos (cuatro el PAN, más 39 plurinominales). El Partido Comunista obtuvo 18 diputados. Los tres partidos paraestatatales 33 y el PDM (de derecha) 10. En el esquema anterior, el PRI habría tenido mayoría de 296 a cuatro; ahora, de 296 a 104. No muy distintos fueron los Congresos electos en 1982 y 1985. La insurrección cívica de 1988 no puede entenderse sin la ruptura del ala nacionalista del PRI, pero tampoco sin la creciente fuerza de la izquierda electoral y de numerosos movimientos sociales que hasta entonces rechazaban la vía electoral. Pese al fraude monumental, la oposición obtuvo 240 diputados de 500 y los primeros cuatro senadores no priístas.
Salinas inauguró una política llamada “democracia selectiva”: dar al PAN tratamiento de aliado y reconocer sus victorias, y combatir al PRD (lo que incluye más de 600 cuadros de ese partido asesinados durante su sexenio). En 1997 el PRD ganó el Distrito Federal y el PRI perdió la mayoría de la Cámara de Diputados: obtuvo 165 distritos y un total de 239 diputados; el PAN 64 distritos y 121 diputados; y el PRD 70 distritos y 125 diputados (siete del PT y ocho del PVEM). En el esquema anterior, el PRI habría conservado la mayoría, y el PAN la habría tenido de 2000 a 2012 y las reformas estructurales que se aprobaron cuando el PRD traicionó a sus votantes (2013), se habrían aprobado 12 años antes, y quizá ahora el gobierno de la 4T tendría muy pocas armas para combatirlas. Si hoy imperara el modelo anterior a 1963, Morena y su coalición tendrían 184 de 300 diputados, habiendo obtenido 39 por ciento de los votos. Soy de Morena y obradorista, pero eso es totalmente contrario a todo el desarrollo de los sistemas de partidos.
Sería un retroceso eliminar a los diputados de representación proporcional. Ahora bien, como buena parte del rechazo a los pluris viene de la manera en que son electos, sí soy partidario de una reforma que los redujera a 100 y que cambiara el modelo de listas de partida intocables por los electores. En la próxima entrega mostraré otros modelos de representación proporcional de países que se consideran maduros democráticamente.
(Apud en Giovani Sartori, Partidos y sistemas de partidos; y Alberto Aziz Nassif, en el tomo I de Una historia contemporánea de México, de El Colegio de México.)
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