Sentado detrás en lo que bien puede ser el escritorio de José Vasconcelos en la SEP, con una macana policial al lado del pupitre, el secretario de Educación Aurelio Nuño esboza una sonrisa malévola, mientras dice: “Lo bueno de no construir escuelas y sí penales, es que hay dónde meter a los maestros…” Y añade: “que protestan por sus condiciones laborales”. En el margen inferior derecho del cartón aparece la firma de su autor: Helguera.
Como si tuviera vida propia más allá de las páginas de La Jornada, donde fue publicada, la sátira gráfica de Antonio Helguera, dibujada al calor de las protestas magisteriales de la CNTE contra la reforma educativa de Enrique Peña Nieto y la represión gubernamental, se convirtió en símbolo de esos maestros a los que el sargento Nuño quería arrestar. Los profesores imprimieron la caricatura en centenares de pancartas de cartón que enarbolaban en sus manifestaciones, y la convirtieron en una especie de meme que difundieron en sus redes sociales.
El pasado 26 de junio, una día después del fallecimiento del monero, ese cartón y otros del mismo autor sobre este tema, circularon profusamente en Internet con mensajes como: “Los maestros no olvidamos y no te olvidamos, Antonio Helguera” o “¡La CNTE rinde homenaje al gran maestro Helguera! ¡Te vamos a extrañar maestro!”
En los días de la reforma educativa del Pacto por México, las viñetas del monero de La Jornada navegaban a contracorriente de los cartones racistas, denigrantes y caluminadores contra los docentes democráticos, publicadas en el resto de la prensa nacional. Una extensa nómina de caricaturistas del poder se dio vuelo dibujándolos como asnos violentos de gafas oscuras, descomunales tarántulas que atrapaban la educación en su telaraña u orangutanes sentados en el escritorio de Vasconcelos (https://bit.ly/3xYGng3).
Curiosa paradoja la de las ilustraciones de Toño. La inmensa mayoría de las notas, artículos, fotografías y cartones publicados en un periódico diario, tienen obsolescencia programada. Circulan y son vistos y leídos hasta la aparición del diario del día siguiente. En ese momento caducan. Sin embargo, desde la década de 1980, caricaturas suyas encarnaron en protestas que las hicieron parte de su representación gráfica. Es como si en esas viñetas se resumieran sus sentimientos y anhelos.
Así sucedió con una caricatura suya sobre la detención ilegal de Lydia Cacho por el gobernador de Puebla Mario Marín. En ella, el mandatario local aparecía como una prostituta, vestido de minifalda y zapatos de tacón, junto a las “botellas de coñac” que lo hicieron célebre. Días después de publicado, el dibujo de Helguera revivió convertido en inmenso mono de papel maché del góber precioso ataviado como dama galante, que la multitud jubilosa cargó en hombros, en una enorme protesta en contra de Marín, en la Angelópolis.
Casi desde sus inicios como monero en la década de 1980, su trabajo fue una caja resonancia de inquietudes políticas y éticas surgidas desde el campo de la izquierda, que anticipaban un nuevo sentido común. Fue parte de un grupo más amplio de caricaturistas, que tenían en Carlos Monsiváis (y en La Jornada) y en sus combates político-culturales, una poderosa referencia. La ironía y sarcasmo de la obra de Helguera fue ejemplo de lo que el sabio de la Portales calificó como “el gran desahogadero de la sociedad”. O, dicho de otra forma, en el espejo en el que se reconoció la enorme indignación moral existente en una parte de la sociedad mexicana.
Heredero de una tradición de caricatura política que nace con publicaciones como La Orquesta, El Impolítico, El Ahuizote y El Hijo del Ahuizote, emparentado con la tradición gráfica de Rogelio Naranjo, Antonio creó un estilo personal de dibujar, en el que, sin exagerar los rasgos de los personajes a los que retrataba, con finos trazos y una ácida ironía, desnudaba a golpes de fajador los abusos del poder.
La combinación de sus cartones políticos en La Jornada, sus ilustraciones en El Chamuco y Proceso, sus libros, su exitoso programa de televisión junto a otros moneros y sus mensajes en Twitter, lo llevaron a volverse un influyente líder de opinión. En una época en que el progresivo avance de lo “políticamente correcto” ha quitado espacios de expresión al humor, el choque visual provocado por sus viñetas, trasladado al terreno del teatro político hablado o escrito, se convirtió en un incansable generador de polémicas y encontronazos. Lejos de alejarle seguidores, su estilo fajador en el debate público le ganó una gran ascendencia. Se podía estar o no de acuerdo con él, pero su autoridad era innegable. No en balde, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo mencionó como uno de los 10 intelectuales que más consistentemente han defendido el proyecto de la 4T.
La relación de Helguera con su público fue profundamente pasional. En ocasiones, era muy similar a la establecida entre un ministro de culto carismático y su feligresía, o entre un pop star y sus fans. De manera que sus opiniones, gráficas o habladas, generaban inmediatamente airadas reacciones tanto de adhesión como de rechazo.
Su apoyo explícito y sin ambigüedades al proyecto de la 4T levantó tormentas. Sus críticos le cuestionaron su acercamiento al poder. Como buen fajador, él reconoció que no tenía reparo en decir que era simpatizante del gobierno de AMLO. “¿Por qué voy a criticar a un gobierno con el que estoy de acuerdo? Cuando hay cagadas, lo critico. No me voy a poner a lo pendejo a criticar a un gobierno que esperé toda mi vida.”
Twitter: @lhan55