La pregunta que se hacen quienes están al tanto de la política en Estados Unidos es ¿por qué la necesidad de una supermayoría legislativa de 60 por ciento para aprobar una ley o emitir un decreto que beneficiaría a más de 50 por ciento de la población? Actualmente, por lo menos dos de las más importantes iniciativas del presidente Biden están congeladas en el Senado por decisión de una minoría que impide su aprobación. Es el caso de un conjunto de medidas para resarcir la infraestructura que incluyen beneficios de carácter social para la mayoría de la población y de una ley para proteger el derecho al voto de todos los ciudadanos. Ambas pudieran posponerse indefinidamente o ser desechadas, porque no es posible que un mínimo de 10 senadores republicanos voten junto con 50 demócratas para aprobarlas.
Los fundadores de Estados Unidos nunca pensaron en cambiar la regla más elemental de la democracia, 50 más uno de los votos suficientes para aprobar cualquier propuesta. Sin embargo, el pirateo de la democracia –filibuster– es invocado por los sectores más conservadores con la falacia de que ese mecanismo es representativo de uno de sus pilares, lo que en términos estrictos es una falacia que desafortunadamente se ha retroalimentado con los años. Entre 1941 y 1970 era necesarios que sólo cuatro senadores sumarán su voto al de los otros 50 más uno para aprobar una iniciativa; en la actualidad se requieren 10. No se trata de coartar el derecho de las minorías a exponer sus razones y procurar que sean incorporadas a las normas que gobiernan a la sociedad, pero en último término, la mayoría es la que debe decidir. En el caso de dos las iniciativas más importantes del presidente Biden, la de infraestructura y la del derecho al voto, pareciera que no hay otra salida más que apelar a los senadores de su partido para que ignoren el mecanismo que establece la regla que impide la aprobación de sus propuestas y hagan válido el de mayoría simple; de no ser así, su agenda corre el riesgo de frustrarse.
Una vez más, las expectativas de los millones que el año pasado votaron por los demócratas y por la democracia se perderían como ocurrió cuando en los años 70 y 80 los proyectos de beneficio social para las mayorías de los presidentes Roosevelt y Johnson fueron erosionados en beneficio de una minoría. La reforma de una sociedad con menor desigualdad y más justicia social y económica se perdió nuevamente en la bruma de una política que, en el colmo de las paradojas, usa la democracia para erosionarla y desnaturalizarla.
Vale agregar que un senador del Partido Demócrata se ha negado a secundar a sus compañeros para romper con el filibuster invocado por los republicanos. Su argumento ha sido llegar a acuerdos con la oposición para lograr que las iniciativas se aprueben en forma bipartidista. Después de muchos años en la búsqueda de ese loable consenso, y vista la esterilidad de esos esfuerzos, no está claro si la insistencia de ese legislador para lograr acuerdos es ingenua o una necesidad política para relegirse en un estado donde la mayoría de los votantes es conservadora.
Próximamente habrá que comentar si, debido a la complejidad de la política estadunidense, existe la necesidad de que los principios ideológicos de sus dos principales fuerzas políticas deban ceder al pragmatismo de los acuerdos.