“Nuestra religión natural original se fundió con la religión católica; yo creo que esa fusión que se dio ha sido para bien, porque de una u otra manera ha llevado conceptos que han venido a reforzar nuestra originalidad, y así como todas las religiones del mundo, creemos en un Dios y buscamos la fe, también buscamos la tranquilidad y la paz, y eso es el elemento fundamental que creo debería dominar en cada uno de los seres humanos en este planeta, en estos tiempos donde hay condiciones muy difíciles, donde hay gente muy pobre, muy marginada, donde la injusticia galopa...”. Estas palabras fueron pronunciadas por el hermano yaqui Tomás Rojo Valencia dos semanas antes de su desaparición forzada, cuando participó en un diálogo interreligioso como integrante de la Asamblea de Pueblos, Barrios y Comunidades de la Región Tijuana-San Diego y Calexico-Mexicali, de la cual fue cofundador. En esa ocasión Tomás dejó un testimonio profundo sobre su pensamiento religioso, además de compartir la dimensión de sus sueños pacifistas.
Ante representantes de diversas religiones, Tomás se declaró católico yaqui, hombre de una enorme fe basada en el respeto por la naturaleza y por los demás. También asumió con humildad que su presencia en el diálogo interreligioso tenía el propósito de aprender, tal como lo había hecho desde 2016 cuando se integró al movimiento gandhiano internacional.
En aquel año Tomás inició una estrecha relación con la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske y con OraWorldMandala, el programa de extensión en México de la Gujarat Vidyapith, la universidad que Gandhi fundó en 1920. En este afortunado encuentro Tomás descubrió sus afinidades con el Programa Constructivo del Mahatma como guía de acción no violenta para la liberación de los pueblos. Los paralelismos entre las intenciones libertarias de Gandhi y la lucha secular del pueblo yo'eme fueron motivo de aprendizajes mutuos entre Tomás y sus interlocutores gandhianos. Lo mismo sucedió al discutir las relaciones del pensamiento de Gandhi con el de Marx, ejercicio en el que Tomás encontró una articulación entre la espiritualidad y la lucha por la dignidad del hombre. Gracias a su fecundo activismo y diálogos con constructores de la paz en México y otros países, el hermano Tomás se ganó la admiración en diversos ámbitos internacionales y fue integrado al movimiento planetario Jai Jagat (Victoria al planeta).
Con el bienestar de su pueblo como objetivo central de su existencia, Tomás hizo lo posible por encontrar la manera de detener el despojo y exterminio al que por siglos han sido sometidos los yaquis. En los últimos años trabajó con sus aliados una serie de ideas dirigidas a materializar el sueño de la transformación no violenta de su tribu para dotarla de herramientas que le permitieran cubrir sus necesidades de alimentación, salud, vivienda, educación y acceso a servicios financieros. Entre sus más caros sueños se encontraba la defensa del agua, consciente de que la sobrevivencia de su cultura depende de que el río Yaqui no muera. Como ingeniero agrónomo Tomás también soñó con modernizar el uso del agua de riego y desarrollar proyectos agroindustriales con base en cooperativas yaquis que cubrieran toda la cadena productiva para lograr la unidad y autonomía de los yo’eme, quienes al estar excluidos de créditos para activar la producción agrícola se han visto obligados a rentar sus tierras por décadas. El plan de Tomás incluía su deseo de bienestar y respeto hacia los otros habitantes del sur de Sonora, en una postura de coexistencia armónica con los yoris que hiciera posible el ideal gandhiano de la unidad en la diversidad.
La más reciente preocupación de Tomás estaba en las intenciones del gobierno federal por imponer el Plan de Justicia para la Tribu Yaqui a cambio de aceptar el Acueducto Independencia, maniobra encabezada por Adelfo Regino. Como defensor del río Yaqui, Tomás rechazó negociar el trasvase de sus aguas y con ello el futuro de los yo’eme. Sus sueños de autonomía, justicia y libertad para su nación le han costado la vida y el vituperio de propios y extraños. La mezquindad de personajes que, aprovechando la ausencia de la insustituible figura de Tomás declararon que éste hacía años no tenía participación política alguna, es otra manifestación de las fisuras internas de la tribu. Hay quienes pretenden pasar el homicidio de Tomás, así como el del yaqui Luis Urbano Domínguez, también defensor del agua ejecutado con tres tiros en la cabeza, como simples consecuencias de la violencia imparable que cubre el sur de Sonora, o como infortunios provocados por estar en el lugar y en el momento equivocados.
Otros han querido hacer pasar a Tomás como un simple operador del PRI para frivolizar su muerte, mostrando ignorancia sobre las complejidades de la relación de los yaquis con los representantes del Estado mexicano y soslayando el apoyo que en 2018 Tomás promovió entre su tribu para el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien ahora le corresponde dar señales de justicia verdadera. Frente a toda esta inmundicia que normaliza la violencia extrema y el despojo hacia los yaquis, la única certeza se encuentra en los sueños de Tomás Rojo Valencia.
* Investigador de El Colegio de San Luis