Para Alma, Mariana y Pedro Antonio
En una ocasión, Antonio Helguera me comentó que el oficio de editorialista gráfico era muy expuesto: “cuando el caricaturista es tonto se nota, si le falta talento se nota, si trabaja con flojera se nota, cuando es deshonesto se nota, si tiene flojera se nota, cuando le falta preparación se nota, si tiene prisa se nota…”.
A leguas se notaba que Helguera era inteligente, talentoso, trabajador, de una honradez a toda prueba, apasionado, preparado y dedicado.
Venía de varias tradiciones de lucha; su padre fue ateo militante en plena zona cristera y su madre era hija de refugiados españoles que habían combatido al fascismo en Europa. Estaba comprometido con ideales y causas. Tenía el sentido de la justicia y le gustaba ridiculizar y humillar a los malos políticos. Hizo del sarcasmo una de las bellas artes.
Sobre todo, Helguera fue un extraordinario analista político. Estaba informado y era profundo. Tenía la rara habilidad de encontrar las contradicciones fundamentales en un discurso político y tenía el don de exhibirlas de manera sintética. Algunas de las caricaturas de Antonio se convirtieron en íconos políticos instantáneos, en emblemas de una causa. Cuando Cuauhtémoc Cárdenas formó la Corriente Democrática y se salió del Partido Revolucionario Institucional, Helguera dibujó al hijo del Tata alejándose del PRI y llevándose, cual si fuera su equipaje, la “R” de “Revolucionario”. Cuando Vicente Fox –aquel folclórico empresario cocacolero– llegó a la primera magistratura de la nación, Toño lo dibujó poniéndose una banda presidencial llena de logotipos de multinacionales (Avantel, Coca-Cola, Sheraton y Dupont) y exclamando: “¡ups! Ya no cupo el aguilita”. Después del fraude de 2006, el grupo de Los Chuchos del PRD se rebautizó bajo el nombre de “Nueva Izquierda” y se acercó a Felipe Calderón, la gran prensa, al servicio de la derecha, abrió un debate acerca de lo que era una izquierda obsoleta y una izquierda moderna. Entonces, Helguera publicó una caricatura titulada “La Nueva Izquierda”, en la que dibujó a Jesús Ortega, con los pantalones flojos, mostrando ligeramente su peludo trasero y a Calderón hundiendo un dedo en el glúteo del chucho mayor mientras dice: “¡esta es la izquierda que me gusta!”.
Su dibujo refinado y elegante denota que Helguera tenía una formación académica sólida y una fuerte admiración por maestros de la sátira como Jesús Martínez Carrión, Ernesto García Cabral, Rogelio Naranjo y Helioflores. Se puede afirmar que él y su colega Hernández son los últimos grandes herederos de este linaje de grandes satiristas gráficos.
Lo conocí 1983, cuando él era apenas un preparatoriano y yo un monero desempleado. El que esto escribe daba un taller de gráfica política en La Quinta Colorada de Chapultepec y nuestro amigo y colega Gonzalo Rocha lo convenció de tomarlo. Helguera tenía un talento fuera de lo común para la sátira gráfica. Además, se divertía con su trabajo… y yo también. Al finalizar el curso, le pregunté por su futuro. Me dijo que pensaba estudiar leyes y yo –con una irresponsabilidad que aún me avergüenza– le sugerí que se debía dedicar a la caricatura. Empezó siendo mi alumno y acabó siendo mi maestro.
Durante años trabajamos en cartones, ideas y proyectos. Colaboramos en suplementos, pintas, marchas, proyectos de revista y hasta programas de televisión. Tuvimos pocos desacuerdos y todos los logramos resolver. La amistad siempre pesó más. Siempre fue un gusto platicar con él. Tenía una memoria y una capacidad de análisis extraordinarias.
Era mal encarado, hosco, a veces rudo y sus exabruptos eran legendarios, pero tenía una nobleza a toda prueba. Se hacía querer por todo el mundo. Su don de gentes fue la piedra de toque de una fraternidad de moneros en la que participaron Rius, Naranjo, Helioflores, José Hernández, Patricio, Rapé y el que esto escribe.
Helguera tenía razón cuando afirmó que en este oficio todo se nota. A pesar de que he tratado de mantener la objetividad, me doy cuenta de que no puedo ocultar la admiración y el cariño que siempre he sentido hacia mi amigo. Es evidente que, detrás de mi intento de ser ecuánime, se nota mi dolor. Todos sabemos que es duro perder a un amigo, a un cómplice, a un compañero de causa, a un camarada o a un maestro. Sabemos que es aún más doloroso que se nos muera un hermano o un hijo. Toño era todo eso para mí.