Saúl Baby Juárez volvió a perder el viernes. Es la quinta ocasión consecutiva. Anteayer, el rival le sacaba ventaja en estatura y alcance. La única posibilidad de éxito era pelear muy cerca del cuerpo enemigo, anular la distancia que le imponían los brazos y piernas de Cristian González.
Baby lo buscó por todas las formas. Le cerraba las salidas, pero dice que apenas una zancada y ya le quedaba fuera de alcance. El 1.52 metros de estatura nunca le había jugado tan a la contra.
“Es desesperante”, dice Baby con frustración; “por más que intenté buscar la batalla, me corría, se escabullía con uno o dos pasos y ya no podía alcanzarlo. A eso vino y le funcionó”.
Es difícil asimilar cinco derrotas consecutivas, entre ellas dos en Estados Unidos, pero por más que lo piensa está convencido que ha hecho su parte. Sólo no le han salido bien los planes.
“Me pesa, pero no puedo dejarme caer”, medita Baby; “soy un boxeador profesional, es decir, soy como un obrero en este deporte. Como en cualquier trabajo uno debe seguir adelante a pesar de los malos días. No importa si ganas o pierdes, de este trabajo sale mi sustento y el de mi familia”.
Hay peleadores que se desmoronan cuando sufren una derrota. Baby Juárez sabe que en este negocio no puede permitirse el desánimo o está acabado. Lo afecta, desde luego, porque ahora consideran que vale menos a la hora de negociar contratos.
“Una derrota te devalúa”, admite Saúl; “cinco, pues peor. Pero uno debe aprender a negociar para que los empresarios no te terminen dando lo que quieren. Y así sale para vivir de este trabajo”.
Dos veces tuvo la oportunidad de pelear por un campeonato mundial, en peso paja en Tailandia y minimosca en Japón, pero no tuvo éxito, sin embargo no cancela ese sueño.
“Uno no puede perder la esperanza de hacer algo en esta carrera o se acabó. Perder es una posibilidad, pero también ganar”, finaliza.