Una adolescencia transgénero, el orgullo contenido. En Margarita (2016), su primer largometraje documental, Bruno Santamaría Razo, realizador mexicano, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, seguía la ruta, los humores cambiantes y las desazones vagas, de su protagonista Margarita, una mujer madura, embadurnada de maquillaje, que vivía y dormía en las calles de la Ciudad de México. Una mujer menesterosa en apariencia, pero en rigor, una presencia cautivadora de altivez discreta. No muy diferente es la naturaleza del personaje transgénero que el mismo director y cinefotógrafo elige filmar en su segundo documental, Cosas que no hacemos (2020). Aquí se trata de un(a) adolescente de 16 años Arturo /Dayanara (Arturo de Dios Cisneros), habitante del pequeño poblado isleño El Roblito, de 350 habitantes, situado entre Nayarit y Sinaloa, quien secretamente acaricia la ilusión de poder algún día vestirse de mujer y asumir plenamente una identidad de género acorde con su sensibilidad y gustos, pero también con su preferencia homosexual.
Lo interesante es la construcción del relato fílmico, su exploración minuciosa de las costumbres de un pueblo y ese tránsito pausado que va de lo general a lo particular, del espacio público a esa esfera privada que es el reino escondido de la joven Dayanara. Primero se le ve en su convencional identidad de Arturo, compartiendo con niños menores que él un mismo alborozo ante la llegada ritual navideña de un Santa Claus quien a bordo de una avioneta lanza dulces a los infantes de la isla. Con ellos también comparte clases de baile y entretenimiento en las plazas o en una cancha de basquetbol. Arturo es popular y muy querido, aceptado en su docilidad y amaneramiento como una figura pintoresca e inofensiva del lugar. En el espacio doméstico, sin embargo, su otra identidad, la más genuina, es la de Dayanara, una joven hacendosa, enfundada en una playera ajustada, con el cabello coquetamente rematado por un chongo, que apoya de modo aplicado en todas las faenas de la casa, desde la cocina, la costura hasta el peinado de sus hermanos. En su aplicación hogareña, ella es un elemento indispensable para la armonía familiar. En otros momentos especiales, Dayanara se refugia en una playa oscura para operar ahí la transformación ansiada: vestirse de mujer, maquillarse, liberarse por un tiempo breve, y retornar después a su rutina de simulación cotidiana. Bruno Santamaría registra con sobriedad admirable el ritmo de ese proceso de liberación paulatina.
Son múltiples los relatos fílmicos realizados recientemente en México sobre las identidades transgénero y transexual; algunos contienen fuertes y valiosas cargas de denuncia por la violencia que a diario padecen las conductas sexuales disidentes, pero la narración de Cosas que no hacemos se sitúa en un plano resueltamente intimista. Su observación atenta de los usos y costumbres de una población rural en el contexto de lo transgénero, remite a un documental como Muxes, Auténticas, intrépidas buscadoras de peligro (Alejandra Islas, 2005), aunque sin aquella intensa carga de picardía juchiteca, por supuesto. El tono que elige Santamaría es discreto y callado, como el de la propia Dayanara. Algunos diálogos de los lugareños apenas se escuchan y las motivaciones de algún acto de violencia también permanecen oscuras. Toda una primera parte de faenas costumbristas sirve como largo preámbulo para lo que en la cinta es el punto dramático más intenso: la revelación que hace Dayanara a sus padres de su voluntad de asumir públicamente una nueva identidad femenina (“quería pedir permiso para vestirme de mujer porque ése es mi sueño”). Su identidad gay era ya presentida y por todos tolerada a condición tácita de que se mantuviera reprimida. Vestirse de mujer y pasear así por las calles del pueblo, eso es otro asunto. Son cosas que definiti-vamente no se hacen y a ellas alude el título de la cinta. El orgullo contenido de la joven Dayanara parecía estar sólo a la espera de esa ocasión especial de poder salir a la luz mediante la intervención providencial de una cámara de cine. El trabajo documental de Bruno Santamaría reunió así la vida de un pueblo y la suerte de un(a) adolescente transgénero en una aventura liberadora compartida. No es poca cosa.
Cosas que no hacemos se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional a las 18:30 horas, en Cinemex Reforma 222 (16:40 y 21:10 horas) y en Cine Tonalá (14:50 horas).