Seis larguísimas décadas han transcurrido y el capricho imperial se mantiene sin que nadie, con la Organización de Naciones Unidas (ONU) a la cabeza, haga algo efectivo y definitivo para acabar con el inmundo cuan unilateral bloqueo que Estados Unidos mantiene sobre Cuba, una isla cuyo único “pecado” ha sido ser libre, soberana y digna.
Ayer, por vigésimonovena ocasión consecutiva, la Asamblea General de la ONU condenó el ilegal bloqueo estadunidense impuesto a la mayor de las Antillas y, como en ocasiones anteriores, la votación fue contundente: 184 a favor de que se levante el embargo, dos en contra (Estados Unidos e Israel) y tres abstenciones (Ucrania, Emiratos Árabes Unidos y Colombia). Así ha sucedido desde 1992, cuando por primera vez se incluyó el tema del embargo en la agenda de dicho organismo internacional. En aquella ocasión, 59 países votaron a favor de Cuba, tres en contra, 71 abstenciones y 46 ausencias.
Año tras año, tímidamente, ha crecido el número de países a favor de levantar el bloqueo hasta lograr votaciones apabullantes como la de ayer, pero el embargo se mantiene intocado por la imperial cuan caprichosa decisión de Estados Unidos, porque con todo y que la comunidad de naciones se pronuncia a favor de Cuba, nada hace en consecuencia para que su decisión soberana sea respetada y llevada a la práctica, lo que confirma, por si alguien tuviera duda, que el destartalado cuan burocrático aparato de la ONU no sirve para mayor cosa (recuérdese el caso de Palestina e Israel) mientras las decisiones se circunscriban a la “fórmula” del Consejo de Seguridad y no a la Asamblea General.
Por otro lado, la hedionda Organización de Estados Americanos (OEA) se mantiene como fiel perro guardián de los intereses estadunidenses y resabio de la guerra fría y el macartismo, a pesar de que su compromiso fundacional fue respetar la soberanía de cada una de las naciones integrantes y fortalecer el desarrollo social y económico de los países participantes. Sin embargo, en los hechos nunca ha dejado de ser lacayo del Departamento de Estado.
Entonces, la comunidad de naciones está a favor de Cuba y en contra del bloqueo, pero esa actitud de nada sirve si la condena no tiene consecuencias, toda vez que después de votar en el sentido descrito esos mismos países se lavan las manos y siguen tan campantes hasta la próxima votación. Bien lo dice el canciller cubano, Bruno Rodríguez Padilla: “como el virus, el bloqueo asfixia y mata, y debe cesar”, ya.
De acuerdo con información del gobierno cubano, “a precios corrientes los daños acumulados durante casi seis décadas de aplicación de esta política ascienden a 144 mil 413 millones de dólares (en 2021, se incrementó a 147 mil 853 millones). Si se toma en cuenta la depreciación del dólar frente al valor del oro en el mercado internacional, el bloqueo ha provocado perjuicios cuantificables por más de un billón 98 mil millones de dólares (hasta el año 2020). Ningún ciudadano o sector de la economía cubana escapa de las afectaciones derivadas del bloqueo, lo cual entorpece el desarrollo que cualquier país tiene derecho a construir de manera soberana. El bloqueo constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de todas las cubanas y los cubanos. Por su declarado propósito y el andamiaje político, legal y administrativo en el que se sustenta, se califica como un acto de genocidio a tenor de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948”.
El carácter genocida de esa política, subraya La Habana, “se ha reforzado en medio del enfrentamiento al coronavirus, puesto que el gobierno estadunidense se ha valido de ella, y en particular de su componente extraterritorial, para privar deliberadamente al pueblo cubano de ventiladores pulmonares mecánicos, mascarillas, kits de diagnóstico, gafas protectoras, trajes, guantes, reactivos y otros insumos necesarios para el manejo de esta enfermedad. La disponibilidad de estos recursos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”.
Las rebanadas del pastel
A pesar del feroz cuan ilegal bloqueo, Cuba no se doblega: desarrolló dos vacunas propias que cumplen los requisitos mínimos de la Organización Mundial de la Salud. Una de ellas, Abdala, con 92.28 por ciento de eficacia, en fase III.