Cuando en el retrovisor aparecen imágenes de la Nicaragua que viví (terremoto del 72, triunfo revolucionario del 79, “piñata sandinista” del 90), me digo: ¡cuán apuesto y guapo era! Luego, suspiro mirando a los costados y… obvio: me estrello contra la realidad.
Nunca tuve el honor de ser guerrillero. Y tampoco anhelaba escribir en Nicaragua una novela tipo Hemingway o Malraux. O densos rollos a modo para confundir a los que, rosario en mano, comulgaban con Debray o la Harnecker.
Simplemente, era un periodista angustiado con un editor parecido al de Clark Kent en el Daily Planet: “No inventes. Cuéntanos la realidad”. Y así, en los comicios presidenciales de 1990, la conté diciendo que los sandinistas, después de ganar la guerra al enemigo exterior, cayeron derrotados por el enemigo interior.
En alguna crónica, incluí un diálogo del filme La batalla de Argel (Pontecorvo, 1966), en el que palabras más, palabras menos, un joven guerrillero pregunta a un jefe veterano: ¿falta mucho para que termine la revolución? El jefe responde: “Empezar una revolución es difícil; persistir en la lucha más difícil aún; tomar al poder, una quimera. Pero si se toma el poder, ahí empiezan las verdaderas dificultades”.
Ineludiblemente, las revoluciones sociales del siglo pasado tuvieron que enfrentar las “verdaderas dificultades”. Empezando por la economía que, en la realidad, detesta las teorías de la revolución. Así como en Cuba en su momento, Nicaragua hizo la revolución y al día siguiente del triunfo buena parte de sus empresarios huyeron a Miami. Fenómeno que no ocurrió en Vietnam, país con 100 millones de habitantes que se liberó poco antes del triunfo del FSLN y hoy es una potencia económica del sudeste asiático.
Si mal no recuerdo, apunté en aquellas crónicas un comentario de Samora Machel (1933-86), padre de la independencia de Mozambique: “muchos de los que compartimos las armas y el plomo caímos en la trampa de la corrupción”.
La llamada “piñata sandinista” fue ácido nítrico entre los jefes que ganaron en la guerra contra Somoza y las bandas mercenarias de la CIA. Sin embargo, los gobiernos neoliberales de Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños (1990-2007), convirtieron a la piñata en riña por centavos. Sólo Alemán y su familia acumularon una fortuna cercana a 250 millones de dólares.
En parte, el desguace neoliberal explica el triunfo democrático del FSLN en las elecciones en 2007, 2012 y 2017. Porque así como el peronismo en Argentina, el sandinismo es la identidad política mayoritaria del pueblo de Nicaragua.
Dibujemos, borroneada, la imagen que los medios “hegemónicos” proyectan de mi Nicaragua hermosa: “régimen (ojo: palabra clave) de la narcodictadura-orteguista populista (ojo: expresión clave), aliada del eje Cuba-Venezuela-Bolivia (más Rusia y China), al que pronto se unirán México, Argentina, Perú y el Chapo Guzmán, quien anduvo de novio con una doble agente de Irán y Vladimir Putin”.
Así funciona cierto periodismo que se la da de “independiente”, y que hace rato opera en el continente como burda propaganda de guerra imperialista sin más. En fin: sicótico mundo que obliga a preguntar, parafraseando a un conocido escritor estadunidense, de qué hablamos cuando hablamos de democracia.
¿Qué si Daniel Ortega es impresentable? ¿Y qué? Dirigentes poco “presentables” como Felipe González y Benjamin Netanyahu fueron relectos durante 15/16 años, y jamás los medios dijeron pío. En cambio, Ortega fue relecto democráticamente durante 15 años, y los medios califican a su gobierno de “dictadura” (ojo: otra palabra clave).
Cereza sobre el pastel. Los demiurgos del mundillo académico-intelectual, con cuatro versiones del “derecho-a-pensar-distinto”: 1) la que relativiza el “juego democrático” cuando un escrutinio frustra sus expectativas; 2) la que en fracciones de segundo se acomoda con el ganador; 3) la que juega con naipes marcados, y 4) la que se victimiza con reglas distintas y pensadas según sus intereses.
Entre los últimos, ex guerrilleros sandinistas y opositores velada o abiertamente financiados por Washington, y que en el Congreso estadunidense (aprovechando el know-how de legisladores “cubano- americanos”), impusieron las sanciones económicas de la “Nica Act” (Nicaraguan Investment Conditionality, 2018).
A más de su “preocupación” por los atropellos político-legales en Nicaragua… ¿sería mucho pedir a los gobiernos de México y Argentina y el melindroso Grupo de Puebla que en su preocupación incluyan la infame “Nica Act”?
Infelizmente, los proyectos revolucionarios siempre se han visto tentados a practicar un principio de compleja urdimbre sicoemocional: el poder no se entrega ni se delega al enemigo. Lo ideal sería tener buenos adversarios. Porque transar con el adversario es negociación, y con el enemigo traición.