Se tranquilizan las aguas. Después de la agitación de las elecciones del 6 de junio, vuelven a su cause y tornamos a cierta normalidad. El gobierno sigue gobernando y la oposición sin propuestas y sin definir ideales, sigue tan sólo criticando. A fin de cuentas, no demasiadas sorpresas, Morena conservó la mayoría absoluta, esto es más de la mitad de los asientos en la Cámara de Diputados, no alcanzó la mayoría calificada (que nunca había tenido) para impulsar sin aliados una reforma constitucional.
Tuvo tropiezos, pero ganó 11 de 15 gobiernos estatales; perdió varias alcaldías en la capital del país y lamentablemente hizo un papelón en San Luís Potosí y en Nuevo León; nada que no se viera venir dados los errores al elegir candidatos e ignorar a sus estructuras más antiguas y fieles, que lo siguen apoyando.
El balance era de esperarse, el Presidente continúa recibiendo un alto apoyo popular; se conservó, salvo en la capital, el voto duro y no hubo para nadie ni una gran victoria ni tampoco una gran pérdida; bueno, tan sólo para tres pequeños partidos que no alcanzaron el mínimo de 3 por ciento de los sufragios y perdieron su registro.
Por otra parte, no se han frenado los avances en la transformación ofrecida. Hay obra pública importante, el aeropuerto, la refinería, el regreso a los ferrocarriles, mucho tiempo abandonados, ahora en la península de Yucatán rodeando la selva, en el Istmo de Tehuantepec y una vía rápida Toluca-México; otras obras en varias entidades y todo sin incrementar la deuda pública. Con el programa Sembrando Vida, se plantan millones de árboles y se da empleo a miles de campesinos; se combatió la epidemia con acierto y, oportunamente, se rehizo el sector salud, desmantelado por el intento privatizador del gobierno anterior; se incrementó significativamente el salario mínimo, el dólar no se ha disparado, la economía se recupera, el desempleo disminuye y la inflación se mantiene a raya en niveles razonables.
Son evidentes muchos avances y sin duda también hay errores; ninguno catastrófico, como lo quiere hacer creer la guerra sucia contra el actual gobierno.
Es por todo esto buen momento para pensar, en primer lugar, en la democracia, base constitucional de nuestro sistema político y también, especialmente, en los partidos políticos que son la herramienta al alcance del pueblo para participar en la vida pública. Reflexionar sobre el paso que hay que concluir, de una democracia representativa a una participativa y, también, pensar en partidos que funcionen bien y sin duda, en una verdadera competencia de propuestas e ideas. La democracia no sirve para defender verdades absolutas ni para explicarnos los fenómenos de la naturaleza, pero sirve para escoger gobernantes y proyectos mediante el voto en elecciones libres, sin trampas ni falsificaciones, sin partido “oficial” y sin compra de votos; requerimos una competencia equitativa sin ventajas para nadie y, algo fundamental, con información veraz y suficiente para que los votantes elijan con su inteligencia y libertad, y no movidos por la publicidad y la mercadotecnia.
Es bien conocida la definición de partido político de Max Weber. Un partido es para él una asociación dirigida a un fin en el que sus integrantes coinciden y este fin puede ser, o bien un programa con propuestas e ideales o bien obtener beneficios “poder y honor” para seguidores y dirigentes o bien ambos fines a la vez. Muy claro para Weber, pero también para quienes hemos vivido la realidad de los partidos mexicanos; pueden perseguir ideales, pueden ser también partidos pragmáticos, que sólo buscan beneficios para sus militantes, pero, lo más interesante y también quizá lo más realista, hay partidos que logran combinar ambas finalidades.
Evidentemente los partidos de oposición, los históricos PAN y PRI, y el PRD que va de cabús de su alianza, si en algún tiempo tuvieron principios y programas bien definidos, ahora parece que su única meta es frenar la Cuarta Transformación y manchar la imagen de quien la promueve, que es el Presidente de la República.
Milité mucho tiempo en el PAN, cuando era un partido de ciudadanos y no de intereses. Recuerdo muy bien cómo logró que el término “bien común” se incorporara al lenguaje político en nuestro país; sería muy deseable, que los militantes de ese partido, retornaran a sus principios y no sólo buscaran votos a como dé lugar, sino ciudadanos convencidos.
El PRI nació como un partido oficial y no sabe vivir sin el apoyo del gobierno; para sobrevivir necesita una refundación y una vuelta a los principios de la Revolución Mexicana que sostenía cuando menos de palabra.
Morena, partido nuevo, dio muestras muy rápido de su fuerza e ideales, pero en la competencia se dejó influir por el ejemplo de los pragmáticos; no lo necesita, creo que es el momento de la organización desde las bases y de buscar buenos candidatos; tiene muchos dentro de sus propias filas y, además, un programa propio.