No satisfecho con los rotundos votos sufragados el pasado día 6, me voy a permitir platicar sobre uno más que acabo de emitir hace algunos días y el que, al contrario de los anteriores, no guarda la condición de la secrecía, sino que, por el contrario, procura la máxima publicidad posible.
En estos días, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), uno de los más sólidos pilares que sustentan los esfuerzos colectivos de los mexicanos para alcanzar, dentro de las difíciles condiciones multifactoriales que caracterizan a nuestro país, los más altos niveles posibles de salud, acaba de llevar a cabo la renovación de sus órganos internos de dirección. Han de saber ustedes que a mí, que no tengo más mérito que ser paciente de uno de los candidatos a ocupar la dirección de esa benemérita institución, se me invitó a expresar mi opinión al respecto. Y, por supuesto, lo hice. Expresé mis razones y agradecimiento por esa singular deferencia: escuchar la voz de quien sin dudas está más que calificado para hablar, no sólo sobre las capacidades del profesionista, sino también respecto las calidades personales de un ser humano al que uno le confía lo más preciado que tenemos, nuestra la salud.
Les cuento que, como daño colateral de la pandemia, llevaba meses clavado frente a lacomputadora, a tal grado, que mi cervical se había contracturado, convirtiéndome en un Quasimodo saltillense. Mi amigo García Azcoy-tia y su hija Gabriela me recomendaron a un especialista en columna y ortopedia, quien ya los había intervenido a ambos con resultados inmejorables. Con explicable terror y pánico me presenté en su consultorio y le expuse el problema. Me hizo algunas preguntas; luego, se levantó, se puso a mis espaldas y comenzó a examinarme la nuca y la espina dorsal. Palpaba, oprimía ligeramente y dibujaba mis vértebras mientras, milagrosamente, llegaba a mi mente la cadena infinita de jaculatorias que a lo largo de mi vida monasteril he aprendido y repetido miles de veces, sobre todo en los aviones y los elevadores más allá del quinto piso. Tímido provinciano (como es mi perfil), busqué dentro de mi íntimo santoral a las figuras que he tenido más abandonadas en los pasados sexenios. Confiando, por supuesto, en que los hijos pródigos siempre son los mejor recibidos, y les suplicaba: “por favor, viejo amigo (poco venerado, lo reconozco), que este galeno, en su obligada inspección, no llegue a los territorios que el inolvidable humorista español Jardiel Poncela denominaba: “allí donde la espalda pierde su casto nombre.” Juro que no llegó.
El doctor garrapateó unas instrucciones y me dijo: “Para ir sobre seguro, necesito estas radiografías. Que se las tomen donde a usted le convenga y acomode. Lo espero tan pronto estén listas.” Regresé en 48 horas. Revisó esos negativos gigantes y me dijo palabras milagrosas: “Vamos a ver si evitamos una intervención quirúrgica. Aquí le prescribo estas terapias y veremos los cambios.” Me acompañó a la salida y le dijo a su secretaria: “el señor hoy no paga nada. Ésta es parte de su visita anterior”. La exención del pago de la consulta es ya un indicador de una forma muy personal de entender el ejercicio de la profesión, porque costumbre generalizada es que al entrar a un consultorio, automáticamente adeudas una cantidad por el sólo hecho de ser recibido. Pero posponer una operación y procurar corregir una afección por otras vías significa para un cirujano renunciar, voluntariamente, al ingreso de una fuerte cantidad de efectivo (merecida, sin duda, por conocimientos y habilidades pero, demoledora para una familia probablemente carente de lo necesario para preservar la salud, y muchas veces, la vida misma).
Pues por estas razones, con gran satisfacción y sintiéndome distinguido, extendí mi entusiasta opinión en favor del doctor Alejandro Reyes Sánchez. No conozco el resultado de la elección, pero sí conocí los nombres de los 10 especialistas que, con innegables méritos, fueron postulados para dirigir el Instituto Nacional de Rehabilitación. Hoy pensaba dejar registro de cada uno de ellos; desgraciadamente, por una torpeza al traspapelar los datos, dudé sobre los nombres de los galenos que fueron los nominados para dirigir el INR. Considero que debo pagar la deuda de mi desorden, y por lo mismo, la columneta registrará completa la lista con los nombres de esos doctores a los que debemos expresar, públicamente, nuestra gratitud y reconocimiento.
La columneta hará el intento.
Twitter: @ortiztejeda