Uno de los problemas más acuciosos de las relaciones entre México y Estados Unidos es la política migratoria. En la historia reciente de las relaciones entre ambos países, la migración ha sido piedra de toque y motivo de tensión constante. Uno de los periodos más ríspidos fue, sin lugar a duda, durante los años en que Donald Trump insultó a México y a los mexicanos, primero en su campaña para ganar la candidatura y acto seguido la presidencia. Sus agravios llegaron a tal nivel de acritud que algunos miembros del partido que lo llevó a la presidencia expresaron preocupación, más que por sus métodos agresivos y groseros, por la posibilidad de perder electores de origen mexicano. A final de cuentas, Trump perdió la elección y llegó Joseph Biden, cuyo talante es diametralmente opuesto.
Biden se comprometió a resolver los problemas migratorios del país, con dedicatoria especial a la población de origen latino. Pero ahora que intenta cumplir sus promesas se ha topado con una realidad que no podrá superar sólo con buena voluntad: la sistemática oposición en el Congreso a sus propuestas de reformar el sistema migratorio que pudiera descarrilar sus intenciones de reconstruir las relaciones con México y Centroamérica. Hay otra que se antoja casi imposible: la necesidad de que México y los países centroamericanos se comprometan a detener la ola migratoria hacia Estados Unidos. Ninguna de esas naciones está en posibilidad real de evitarla, no sólo porque violarían el precepto constitucional del libre tránsito, sino también porque tendrían que elevar el nivel económico de la mayoría de sus ciudadanos y abatir sensiblemente la criminalidad. El primero es una tara histórica que se ha agravado por la corrupción y mala administración, y el segundo se deriva de las cadenas de tráfico de drogas y personas en las últimas décadas.
En su visita a México y Guatemala, la vicepresidenta Kamala Harris, a quien Biden ha encomendado coordinar estos delicados asuntos, fue clara: “No vayan a Estados Unidos” porque no hay condiciones para recibirlos. Fue evidente que en el fondo, la misiva tenía un destinatario no explícito: los congresistas republicanos que culparon al presidente Biden de alentar la ola migratoria sin medir las consecuencias de su retórica. Tal vez, con la mejor intención, abrió las puertas de ese país a quienes llegaban por cientos a sus fronteras. A veces la realidad no entiende de buenas intenciones.