La visita de la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, para tratar el asunto migratorio, coloca a México y Centroamérica en el mismo plano. Ciertamente, si se trata del tema migratorio, nuestro país forma parte del subsistema migratorio mesoamericano, propiamente no forma parte de Norteamérica.
En plano de igualdad, los mexicanos y los centroamericanos requerimos contar con visa para entrar a Estados Unidos, lo cual no es el caso de Canadá, por más que se haya firmado y renovado el acuerdo comercial. El tema migratorio está fuera del T-MEC y los acuerdos y desacuerdos migratorios corren por senderos sombreados y silenciosos.
En realidad, el propio presidente López Obrador reconoce que en cualquier programa que considere ir a la raíz del tema hay que considerar al sur de México, la región con mayor potencial migratorio en estos momentos. Y los números lo avalan, el índice de desarrollo humano de Chiapas y Oaxaca es similar al de Guatemala.
Por lo pronto, la visita puede apuntalar una nueva narrativa, a la que hizo referencia AMLO, quien públicamente anunció el entierro del Plan Mérida, que consistía en el apoyo con armamento para la guerra contra el narcotráfico, para dar paso a una estrategia de desarrollo en la región. También hizo alusión a la necesidad de un cambio de terminología para referirse a los países del norte de Centroamérica y dejar de lado el concepto “Triángulo del Norte” que propiamente es un estigma que caracteriza a tres países como pobres, violentos, corruptos e inseguros y, para rematar, envían migrantes a Estados Unidos.
Es curiosa la falta de sensibilidad por parte de los funcionarios de Estados Unidos al tratar con otras naciones. La visita de Kamala Harris se realizó un día después de las elecciones intermedias en México, una coyuntura que pudo haber sido complicada. Por otra parte, en Guatemala, Harris se lució en su discurso al repetir varias veces “no vengan a Estados Unidos” porque los vamos a regresar, algo que no expresó en México, lo cual también es significativo.
Por otra parte, la visita quedó circunscrita a dos países y no a los cuatro que comprenden la iniciativa. Las relaciones con el presidente Nayib Bukele, de El Salvador, están prácticamente rotas, por el supuesto desplante que le hicieron en Washington al pretender saludar a Joe Biden y tomarse la foto, sin haber propiamente concertado la agenda. Algo que sí pudo hacer con Trump. Será difícil incorporar a El Salvador al acuerdo regional que no acepta sumisamente las críticas o cuestionamientos de la Organización de los Estados Americanos, la Unión Europea o Estados Unidos.
Además, las relaciones de El Salvador con Honduras no son fluidas. En una entrevista en CNN, el periodista Fernando del Rincón, retó a Nayib Bukele a señalar a un dictador en América Latina y se refirió a Juan Orlando Hernández, actual presidente de Honduras, como un dictador de derecha, que se había relegido en forma fraudulenta y que tenía ligas con el narcotráfico. Su hermano está preso en Miami, por dirigir una banda de narcotraficantes.
En efecto, la cuestionada elección de Hernández en El Salvador recibió el apoyo tácito de Estados Unidos, como también lo hizo antes en el golpe de Estado a Manuel Zelaya, que había coqueteado con Hugo Chávez, en ese tiempo presidente de Venezuela. Se podría decir que con Honduras habría una situación similar a la que hubo en Panamá en tiempos de Noriega, por sus vínculos con el narcotráfico y que terminó en invasión, pero en este caso se optó por el mutismo y por apoyar al gobierno espurio, como en lo viejos tiempos de las llamadas repúblicas bananeras.
El resultado está a la vista, Honduras se convirtió en el principal país expulsor de Centroamérica, allí se gestaron todas las caravanas de migrantes de los años recientes y el éxodo masivo de hondureños, de familias y de menores de edad, tiene un responsable: Juan Orlando Hernández, uno de los socios históricos de Estados Unidos en la región.
Al parecer algo de remordimiento existe en la política exterior de Estados Unidos al omitir a Honduras del itinerario de visitas de Kamala Harris. Hoy en día, con los resultados de su gestión a la vista y con nuevas elecciones en puerta, sería irresponsable visitar Honduras.
Al fin y al cabo, buena parte de los flujos migratorios centroamericanos responden a causas políticas y a la injerencia de Estados Unidos en la región. Allí las guerrillas de la década de los 60 evolucionaron y se convirtieron en guerras civiles y a pesar de todos los muertos, fracasos, acuerdos y resentimientos, Estados Unidos continúa operando e interviniendo en ella. La excepción es Nicaragua, con el dictador Ortega, pero también El Salvador, con Bukele, ha marcado sus distancias con el imperio.
Vender a Centroamérica un programa de desarrollo no va a ser fácil, como dice el refrán popular, “la burra no era arisca…”.