Por supuesto que lo que el Presidente diga o haga tiene implicaciones sobre la coyuntura política y desde luego sobre las decisiones de los actores económicos, inversionistas y empresarios, pero también de consumidores, rentistas, de todo pueblo. Tratar de sacar un promedio que pueda “alinear” las conductas de tantos y variados agentes es punto menos que imposible, aunque muchos sigan creyendo que con las encuestas basta.
Como lo vimos en las recientes elecciones, el asunto no es lineal. Los sondeos suelen errar y llevar a equivocaciones garrafales, así en la política como en los esquivos y veleidosos mercados de dinero y capitales. Todo es incierto en ese mundo raro. Jugar a la Bolsa no ha dejado de ser eso, un juego; a pesar de la magnitud de riqueza y valor que ahí se mueve a diario. Las recientes bajas en los valores accionarios del Grupo Carso prendieron alertas en muchos mentideros de la especulación, pero lo más probable es que el grupo, rico como es, opere pronto para estabilizar los reparos del potro que los primeros informes sobre la línea 12 del Metro dejaron suelto.
Lo que no sabemos, y probablemente nunca sabremos, es cómo esta tragedia afectó el ánimo y el temple de los votantes. En Tláhuac ganó Morena, pero del resultado derivar sin más, como si de unir puntos se tratara, el ánimo de los capitalinos y proclamar que para ese partido no hay novedad en el frente es aventurado.
Cómo toman los grandes capitales y sus capitanes lo errático del verbo económico presidencial es tarea detectivesca. Las embestidas de López Obrador contra los ricos y conservadores van y vienen, en tanto que los detentadores de la riqueza concentrada entran y salen de Palacio Nacional.
También los programas de inversión suben y bajan, aunque los datos duros e inmediatos reiteran que la inversión privada se estanca o baja, y que la pública sigue sin dar señales de movimiento, ni siquiera la requerida para poner en movimiento la clásica complementariedad entre el Estado y la empresa que hizo célebre a nuestra economía mixta de la industrialización dirigida por el Estado. Los motores conocidos y acreditados para un crecimiento sostenido no aparecen por ningún lado y las decisiones empresariales no reconocen ni identifican en su horizonte a los célebres animal spirits, de Keynes.
Que llegue a Hacienda un economista simpatizante de sus ideas fundamentales no es garantía de nada, se necesita de un medio adecuado y predispuesto para aceitar la máquina estatal en su conjunto. Y es esto lo que ni gobierno ni Presidente parecen dispuestos a hacer si atendemos los reiterados arrebatos pendencieros del Presidente en la política y la disputa por el mando y el poder.
Las expectativas económico-sociales no son halagüeñas, y las señales optimistas que vienen del Norte no conmueven a ninguno de sus valedores. Ni los gobernadores de la banca central ni los responsables de la banca de desarrollo dicen nada al respecto, pero tampoco los mariscales de campo de la fortuna se molestan con alguna formulación de política económica de cara al enorme hueco de carencias en que se ha convertido el estancamiento.
Sin crecimiento económico, reiterarlo es necesario, no hay bienestar. No es ésta una cuestión de gustos o de convicciones, teórica o doctrinaria. Todos podemos aspirar al nirvana del desarrollo estable y sostenido, hasta engañarnos con la malhadada interpretación presidencial de nuestra historia económica, pero los datos, las cifras y los relatos irremediablemente señalan el deterioro social y el pasmo económico, una combinación letal para la legitimidad y la estabilidad democráticas.
El porvenir que ofrece la política anunciada y reiterada en estos días es de inestabilidad y descontento comunitario, así como de ensanchamiento de déficit en materia de bienes públicos, sobre todo en salud y educación. En ambos casos hay que gastar mucho y lo mejor que se pueda, y atender el justo reclamo del personal ocupado en el sistema público de salud, afectado de mil maneras en su atención de la pandemia y el descuido de los gobernantes para con ellos. Para no hablar de lo que puede ocurrir con los médicos privados.
En lo educativo seguimos con mil complejidades; la falta de recursos para los maestros y la ausencia de apoyos y remedios para la infraestructura es un socavón y, sobre estas penurias impera otra, la de la política y la gobernanza del sistema en su conjunto, sujeto a ocurrencias y desplantes de un grupo minoritario, pero aliado al Presidente.
Tanto en educación como en salud, el estado de la nación es lamentable. Mucha y buena política será necesaria para encauzar conflictos y modular disonancias. Muchos recursos harán falta para echar a andar ambos enormes sistemas de trabajo y organización humanos, pero más que nada falta un nuevo talante, otro lenguaje de y desde el poder. Una genuina disposición de cambio y compromiso con la protección y promoción de los derechos fundamentales que amparan ambos servicios. Derechos que hoy lejos están de ofrecer horizontes promisorios de menor desigualdad.