Digan lo que digan, México tiene mucho que agradecerle al Partido Revolucionario Institucional, pero no a este actual remedo, después de haber pasado por algunas manos que no sólo contribuyeron a su decadencia, sino que incluso podemos acusarlos de alta traición, tanto al propio partido como a la causa que representó.
Imposible olvidar muchos de los desfiguros de antaño, amparados en su carácter omnipotente y que, por lo mismo, se vio infiltrado de simples bandoleros y hasta por quienes sustentaban credos totalmente contrarios a su plataforma de principios.
Tal vez pueda considerarse normal, pues era el único camino para hacer una carrera política exitosa. Militar en otros partidos tuvo, durante muchos años, cierta connotación de mártir de muy diversas causas tanto de ultraderecha como de izquierda.
Asimismo, era una de sus características principales la sumisión al gobierno en turno aunque hubiera bamboleos que llegaron a ser muy fuertes.
Pero resultó que el último de plano se salió del huacal, pues derivó en una conducta simple y sencillamente traidora a sus principios fundamentales y, podía decirse también: abiertamente antimexicana.
Que la “docena trágica” del PAN haya sido lo que fue, aunque en ese partido también existiera mucha gente respetable, admirable y digna de emular, en términos generales puede decirse que correspondió a su tradición y orígenes. Recuérdese que hasta el nombre del partido, nacido en 1939, cuando triunfaba el franquismo en España, es de filiación fascista. Sin embargo, creo que el PAN tampoco se merecía ser representado por personajes como Fox, Calderón ni Anaya. Este último, sin duda, es el de peor calaña.
No obstante, lo inaudito y hasta repugnante fue la abierta traición de los dos líderes principales del PRI durante el sexenio pasado.
Vale la pena remarcar que está por completo fuera de esta calificación el señor René Juárez Cisneros, a quien le dejaron la papa caliente 60 días antes de la catastrófica elección, después de los grandes desfiguros de Enrique Ochoa Reza. Don René debe ser motivo de respeto, a pesar de su calidad, no tenía la capacidad de hacer el milagro después de los desbarajustes de su antecesor.
A Juárez lo sucedió poco tiempo después la sobrina de Carlos Salinas de Gortari, la primera presidenta del PRI con más apellidos que méritos. Ella concluyó el trabajo traidor al partido y a México de su jefe Peña Nieto. Recuérdese que Ochoa, Ruiz y Peña, en su correspondiente momento oportuno, declararon categóricamente que el PRI tenía que cambiar de colores, de nombre y de principios, es decir, tenía que dejar de ser, o sea, suicidarse…
Luego vino tal vez el peor de todos: el señor Alito, quien no sólo renunció a ser del PRI, sino que lo convirtió en gato del PAN, para acabar haciendo el ridículo que se consolidará cuando, por primera vez en la historia el “tricolor”, no gobierne en ningún estado de la República. Es el caso de que se afianzó el repudio nacional a su traición en tanto que la mayor parte de sus antiguas bases y de seguidores ahora respaldan a Morena, cuyos principios son los más parecidos a los que emanaron de la Revolución Mexicana.