Dice Octavio Paz en Postdata, vuelta al Laberinto de la soledad, una síntesis sobre el estudio de los marginales: “El camino escogido para resolver los viejos problemas de México no fue un camino, sino un muro ante el que nos hemos estrellado. Empeñados en la modernización del país, ninguno de nuestros gobernantes –todos ellos rodeados por consejeros, expertos e ideólogos– se dio cuenta a tiempo de los peligros del excesivo e incontrolado crecimiento de la población.
“El otro México, el no desarrollado, el marginal crece más rápidamente que el desarrollado y terminará por ahogarlo. Tampoco tomaron medidas contra la centralización: demográfica, política, económica y cultural que ha convertido a la Ciudad de México (y las de provincia) en una monstruosa hinchada cabeza que aplasta el endeble cuerpo que la sostiene.
“A pesar de que bastaba con asomarse a la frontera para enterarse de que en las grandes ciudades norteamericanas el aire era ya irrespirable –para no hablar de los horrores físicos y morales de las sociedades industriales– no hicieron nada contra la contaminación atmosférica. Tampoco previeron el gigantesco fracaso de los planes educativos y el desplome de la educación superior... ¿Sigo?”
Sorprende la capacidad de síntesis del pensamiento de nuestro poeta. La pobreza en México carga sobre las espaldas el peso de los marginales que la riqueza conlleva. No sólo material, también sicológica: el abandono y muerte de uno o ambos padres, en especial el padre. Es cosa de ver el número de madres solteras que se torna de difícil cuantificación en los primeros años de la vida. Generadores de una manera de ser característica no de los mexicanos, sino de los marginados de todo el mundo.
Esa manera de ser, fue y sigue siendo propiciadora de libros sobre la sicología del mexicano, en realidad descripciones de la sintomatología de las neurosis traumáticas por abandono temprano, violencia, guerrillas, crimen organizado, etcétera.
En los niños abandonados (actualmente en especial los migrantes rumbo a Estados Unidos) se produce una desproporción por exceso en la captación de estímulos provenientes del mundo exterior (mundo de la electrónica, la publicidad, etcétera); intento de compensar las carencias sobre los estímulos que provienen del mundo interior.
La percepción y la memoria se modifican en función de esta desproporción, alterándose en diversos grados, la realidad y el juicio crítico; acompañados de una gran desvalidez y depresión generalizada. Posteriormente, adultos y los niños abandonados no son entendidos por omnipotentes y divididos, poco valorados, narcisistas. Estrangulados durante siglos desarrollaron una forma de ser idealizadora –como se nota a cada instante en esta Ciudad de México, detestable, perniciosa y abominable pero, quién sabe cómo, sensacional. Idealizaciones que sirven como parapeto a la gran omnipotencia de los grupos inversionistas de toda la vida.
Dos lenguajes: el público; católico, español, y el privado, indígena, similar al niño que no puede articular la palabra para simbolizar. Un sublenguaje, privado; frases entrecortadas, perdidas sin fin, modulaciones de la voz, gestos que no funcionan; características que se estrellan en el mundo del dinero que habla un lenguaje internacional –¿inglés?– de eficiencia y organización.
Así, la vida trata y lleva a los marginales, flota y flota, como las olas que se rompen y siguen a merced del azar caprichoso, indiferenciables, salvo por el color de la piel de los abandonados, los inválidos sicológicamente cuyas consecuencias son, entre otras: el machismo, actuación permanente sin reflexión, inconsistencia, falta de planeación y de demora para la descarga de la acción, incapacidad para agruparse y sostener rutinas.
La violencia colonial hoy y siempre no se propone mantener una actitud respetuosa ante los sometidos, al contrario, se trata de deshumanizarlos, liquidar las tradiciones, organización familiar, lenguas, cultura, y embrutecerlos de cansancio, abandonándolos y, si se resisten, las armas los aniquilarán.
Hace 60 años Octavio Paz, vislumbró el futuro que vivimos. El mundo de los marginales que lentamente sin percatarnos nos invade. Las clases medias, y la media alta y “los que viven en el cielo”.