Las noticias fueron llegando a pedazos, poco a poco, y la angustia fue aumentando, era enero de este año. Había que hablar con los amigos de siempre para profundizar o corroborar la devastadora señal. No era posible que ese fuera el fin de Siglo XXI. Un montón de preguntas empezaron a acumularse a medida que se ampliaba la información: Jaime Labastida, principal accionista de Siglo, con 58 por ciento de las acciones, había decidido venderlas a un grupo empresarial desconocido de Chihuahua. Entonces tres preguntas esenciales se impusieron y estuvieron presentes durante todos estos meses: ¿cómo se hizo de tan desproporcionada cantidad de acciones?, ¿cómo era posible que tuviera 58 por ciento, mientras Orfila sólo dejó 2 por ciento?, ¿quiénes eran esos improbables empresarios?, ¿el consejo editorial aprobó la operación?
A 32 años de la salida de Arnaldo Orfila de Siglo XXI, queda aún en la editorial el prestigio de un amplio acervo germinal que le ha permitido sobrevivir todos estos años, que responde a un ímpetu y convicciones intelectuales, políticas y sociales fundacionales. Sin embargo, una cantidad de negocios, descuidos y desatinos increíbles la alejaron de sus senderos y principios. El primero, que el libro no es una mercancía de lujo determinada por las modas del mercado. El segundo, que editar significa asumir la compleja batalla de las ideas, siempre en favor del digno devenir humano y no del devastador modelo de acumulación vigente.
Las primeras palabras de Gustavo Sorá, en su libro Editar desde la izquierda en América Latina: la agitada historia del Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI (Siglo XXI, Argentina, 2017), son significativas: “Entre 1950 y 1990, ser editado por el FCE o por Siglo XXI infundía prestigio intelectual y reconocimiento internacional”, cientos de autores llegaron a la meca occidental europea, voces originales de nuestra América marcaron rumbo. Añade Sorá que “además de la selección y comunicación de ideas por su significación, belleza o trascendencia, los contenidos de un catálogo decantan los acuerdos y desacuerdos entre múltiples agentes situados dentro y fuera de una editorial. En aquellos productores de libros que privilegian la acumulación de capital simbólico por sobre la veloz rotación del dinero, los destinos del emprendimiento se solapan con la trayectoria del director y de los intelectuales de su entorno”. Todo ello se perdió en estos 32 años, junto con lectores, amigos y accionistas, que nos apartamos.
Pasaron los días, la información se fue concretando y desparramando. Se encendieron muchas alarmas de accionistas, algunos consejeros de la editorial, ex trabajadores de la editorial y lectores asiduos de los clásicos de Siglo. Decidimos dar la batalla pública con el fin principal de recordar y rescatar el gran legado de Orfila, el compromiso intelectual, social y político de nuestra editorial. La cerrazón pública de Labastida en sostener su decisión, nos llevó a pensar que el fin de Siglo XXI llegaba.
La indignación, la inmediata respuesta y acompañamiento incondicional se dejó sentir. Primero en La Jornada, nuestra casa, comprometida con los mismos principios, Carmen Lira, Socorro Valadez, Luis Hernández, Elena Poniatowska, Iván Restrepo, Gustavo Esteva, José Blanco, Hugo Aboites, numerosas cartas y un contundente desplegado con más de 30 firmas esenciales. La ruta de la denuncia se abrió en casi todos los periódicos, grandes reportajes, artículos y notas, nombres significativos se fueron sumando cada vez más. Pese a ello, se convocó a una atropellada asamblea de accionistas en marzo con el fin único de certificar la operación. La indignación creció, después de años sin información, sin reuniones, se nos convocaba para señalar que estábamos en absoluta minoría y que la operación era irrevocable. Para sorpresa de Labastida y del “inversionista”, las cosas no fueron así y se logró imponer la cordura y la absoluta necesidad de transparentar toda la operación por el consejo.
Tres meses de silencio denso y ahora un comunicado, una nueva decisión que abre el camino del posible retorno de Siglo XXI a sus orígenes. Un reconocido equipo vinculado a diversos emprendimientos editoriales y culturales en Argentina y España es el comprador: encabezados por Hugo Sigman, médico siquiatra, exiliado en España tras el golpe de 1976 en Argentina, desplegó una capacidad empresarial que convirtió un pequeño laboratorio familiar en Insud Pharma un enorme conglomerado farmacéutico y biotecnológico que financia los diversos proyectos culturales que consolidaron la editorial Capital Intelectual. Al frente de la editorial está José Nathanson, conocido periodista y escritor argentino que señala que “Siglo XXI es un baluarte de la cultura mexicana y latinoamericana que queremos preservar y potenciar”. Importante en este entramado es Carlos Díaz, el joven director de Siglo XXI Argentina, que decidió en 2000 reabrir, recuperar, la sucursal brutalmente cerrada en el golpe militar de 1976. Ha desarrollado un significativo trabajo editorial con un catálogo impresionante, recuperó autores claves como Bourdieu, Foucault, Freire y creó colecciones, reconoció temas emergentes. Dan una gran importancia a “reincorporar a los accionistas, abrir puertas y recobrar la presencia y la vida que tenía Siglo XXI”.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee